Seducción contra sedición
con declaración de independencia explícita o ambigua, la República Catalana emanada de un referéndum no pactado constituye una ilusión pero óptica, en el significado de espejismo. Por la terminante reacción de los poderes del Estado y por la subsiguiente falta de reconocimiento exterior. No obstante, el infausto cepillado político y judicial del Estatut de 2005 ha persuadido a los promotores del procés a avanzar de forma entusiasta hasta el borde mismo del precipicio, a expensas de la apelación urgente al diálogo de Puigdemont, con el relato controvertible de que ya se registra en Catalunya una mayoría pro independencia contundente. Mientras la contraparte propalaba otra narrativa directamente falsa al decretar la inexistencia de una mayoría en favor del derecho a decidir que en realidad se antoja un clamor. Esta omisión consciente no será corregida por el PP ni aunque se constate la voluntad abrumadora en tal sentido del pueblo catalán en unas elecciones de índole plebiscitaria, pues la sigla de la gaviota se sustenta en la idea-fuerza (literalmente) de que la unidad de España no se cuestiona y punto final. Cerrazón que incluye el rechazo expreso a que el sujeto territorial que aspira a independizarse pueda alcanzar siquiera el máximo nivel de autogobierno consagrado en el Estado, como el Convenio navarro o el Concierto vasco -a partir de recaudar el 100% de los impuestos-, aun tratándose de una nacionalidad histórica como Catalunya que supone el 20% del PIB español. Esa renuncia a seducir al discordante seguirá abonando actitudes sediciosas al fomentar la rebelión de la creciente ciudadanía incomprendida y de sus legítimos representantes. Un mero accidente para el PP, en tanto que su pujanza en las urnas radica en que su corpus electoral integra a sectores ultras, ese radicalismo que convirtió en su icono al falsario Aznar de las armas de destrucción masiva en Irak o de la autoría del 11-M a cargo de ETA. La tragedia reside en que resulta categóricamente imposible que un partido que rehúsa incomodar a la extrema derecha encauce el problema catalán. Un conflicto esencialmente político para el que el PP no ofrece más que la dialéctica belicosa de la imposición para vencer en lugar de convencer en una mesa de negociación a la búsqueda honesta de puntos de intersección. Sin más líneas rojas que el sentido común y asumiendo la mutabilidad de las leyes, siempre con los consensos preceptivos para articular procedimientos reglados y transparentes. Se buscan estadistas capaces.