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Arde Catalunya y Rajoy de sardana

se estira la goma entre la independencia a la catalana y el 155 a la gallega, con el único común denominador de intentar verter sobre la contraparte la responsabilidad de que se intervenga con mayor o menor virulencia la autonomía catalana. De un extremo, la enunciación interruptus de la independencia que no se ha aprobado todavía mediante votación en el Parlament, aunque en sus dependencias se firmara una declaración de intenciones que dotar de valor jurídico cueste lo que cueste de no aceptar el Gobierno central el emplazamiento al diálogo bilateral. Del otro, un requerimiento por escrito con doble plazo exigiendo al Govern más claridad que rectificación, sin concretar con nitidez a qué se enfrenta el interpelado si no retorna al orden constitucional y sin ofrecer tampoco ninguna otra salida que la claudicación. El contencioso redundará en adelanto electoral en Catalunya y sólo queda por dilucidar quién lo convocará formalmente; si Rajoy, previo control de la Generalitat en todo o en parte con el plácet en el Senado del PSOE y Ciudadanos, o si Puigdemont antes de ser inhabilitado o incluso detenido para aspirar a mantenerse al frente de la Generalitat como suprema encarnación del martirologio. Unos comicios cuyo desenlace las siglas constitucionalistas supeditarán, al margen de las mayorías resultantes, a la reforma de la Carta Magna que el binomio Rajoy-Sánchez ha pactado comenzar dentro de seis meses y cuyo anuncio difuso de actualización inconcreta no desescala en modo alguno el conflicto catalán. Aunque, ciertamente, ese acuerdo sí sirve a Sánchez como señuelo político a cambio de apoyar la activación gradual del artículo 155, unificando criterio entre el PSC y la federación socialista andaluza. Como sirve especialmente a Rajoy, además de para asegurarse el respaldo a la respuesta legalista al Govern, para despejar del horizonte una eventual moción de censura entre el PSOE -difuminada ya su apuesta teórica por la plurinacionalidad- y Unidos Podemos. Así que la indolencia de Rajoy le depara el premio gordo del afianzamiento en la Moncloa, más la vigorización de sus expectativas electorales, cuando la reforma constitucional no le inquieta un ápice. Además de por la capacidad de veto fáctico del PP, pues replantear la unidad de la Nación española exige mayoría de dos tercios en las Cortes, por el label jacobino de Ciudadanos, el socio recentralizador. Arde Catalunya, avivado el fuego con el presidio de los líderes de la ANC y Òmnium tras los excesos policiales, mientras sobre las brasas Rajoy baila una sardana triunfal.