No estaría tan seguro sobre la certeza de los sondeos preelectorales. Los ejemplos más cercanos e imprevistos por su repercusión a escala mundial hablan de la sorprendente elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y de la accidentada salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Hoy, todo apunta a un cerrado mano a mano en las urnas entre Ciudadanos y ERC por conseguir la hegemonía en Cataluña, pero ya veremos. La política de la posverdad -ese neologismo que ya va a encontrar un hueco en el diccionario de la RAE- se ha abierto paso en procesos anteriores hasta provocar desenlaces que escapaban a las previsiones de los más sesudos y retorcidos analistas. Ahora estamos en uno de esos momentos; las fuerzas centralistas han desarrollado sus campañas enviando mensajes antisoberanistas refrendados a coro por los medios de comunicación afines. Se ha hecho mofa y befa de Puigdemont y de los independentistas; se ha hablado con desprecio y buscando siempre el descrédito cuando no directamente la burla; se han manipulado los datos económicos, no en el balance sino en las causas desencadenantes de los mismos; ha habido un uso pernicioso del miedo y olvidos estruendosos... La economía catalana se hundía semana a semana porque el supuesto conflicto en las calles estaba alejando el turismo y sus ingresos, decían; los informes no recogían -o si lo recogían se pasaba por alto- la terrible influencia en el ánimo de los posibles visitantes del sangriento atentado en las Ramblas en agosto. No, todo es culpa del procés. Por eso digo que habrá que estar muy atentos al recuento de votos, a una participación que apunta muy alto y a las mayorías que puedan formarse tras la constitución del nuevo Parlament. Como dejó escrito Milan Kundera en La ignorancia: “Todas las previsiones se equivocan: es una de las escasas certezas de que disponemos los seres humanos”.