No siempre es fácil vivir en un pueblo. Seguramente la vida sea más tranquila, hay una red porque todos se conocen, las decisiones se comparten en auzolan y las fiestas son lo más. Sin embargo, también es verdad que cualquier diferencia, sea la que sea, queda más marcada. Todo el mundo te conoce desde que naces. Y te sigue la pista. Eres el hijo de fulanita y menganito, te han conocido niño o niña, jugando con otros niños a la pelota o con las coletas que te puso tu madre. No todas las personas transexuales tienen el apoyo que ha encontrado Mikele Grande, joven de 16 años de Huarte, ni ha recibido una respuesta social ejemplar como lo hizo el instituto de Villava. Tampoco todos los niños tienen el mismo carácter. Ekai (Ondarroa) estaba a la espera de un tratamiento hormonal con testosterona antes de quitarse la vida. Meses atrás Ekai y su padre salían en un reportaje de La Sexta denunciando todas las trabas y prejuicios que tenía que superar para que se reconociera oficialmente su identidad. Tenía también 16 años y era un joven tímido y retraído. Buzeando por la web me he topado con casos de chavales que, nacidos en otros pueblos, han sufrido situaciones muy duras en la misma etapa de vida, la que se define más claramente la identidad sexual. Un chico que nació con vulva recuerda su infancia criada como niña siendo niño, dirigida a ser una “princesita suave y sensible y jugar con muñecas” cuando lo que realmente quería era “ensuciarme”. El padre de unos amigos le llamaba “marimacho” y lo señalaba cada vez que pasaba por la puerta. Otra chica que nació con genitales de varón reconoce que no fue hasta los 40 años cuando empezó a animarse a dar a conocer su identidad femenina. Le llamaban Felipe y tenía pene. Punto. Ella que vivía desde “lo sensible” se preguntaba: “¿Cómo es que nadie se daba cuenta en mi entorno que era una niña”. Los dos salieron del pueblo a la ciudad para vivir su vida, ambos lo hicieron muy tarde. El Servicio Navarro de Salud ha creado una unidad específica para atender a personas transexuales y que no tratará su realidad como una patología. Un paso adelante. Todo cuenta, como señalaba Kattalingorri en su balance de los 17 años de lucha en Iruña y su reivindicación para seguir avanzando en políticas de atención a la diversidad y de respeto. Sí, respeto. Más importante que los bloqueadores hormonales es saber que la verdadera versión de un@ mism@ es la que un@ decide y siente.