Si el tiempo es vida, ¿cuánta vida tiene tu día?: no es un juego de palabras. Es la cruda realidad en la que vive la mujer a diario. Aquí, en Europa, en Estados Unidos, en Taiwan.. Días sin horas, horas sin vida para una misma. El lema de la campaña de sensibilización para el 8 de marzo impulsada por 19 ayuntamientos de la Comarca de Pamplona pone el dedo en la llaga en la brecha de la desigualdad en el uso del tiempo. Más allá de un 10% de menor tasa de ocupación laboral, de un 28,4% de menor salario, y de la segregación horizontal (sector limpieza, atención domiciliaria...) y vertical (menos mujeres en puestos de mando) en el mercado laboral, hay una dedicación invisible que revierte en positivo en la sociedad pero que impacta en la calidad de vida de las mujeres, además de limitar sus opciones vitales y profesionales. Es el tiempo que muchas mujeres dedican al trabajo que no se paga, al cuidado de otras personas (hijos, padres...), a mediar en las relaciones humanas dentro del ámbito laboral o a organizar una casa. Admiro profundamente a madres como la mía en ese compendio físicopsíquico de actividades que están detrás del sustento de una familia y que se traduce no sólo en hacer comidas, limpiezas, administración, cuidar a quien lo necesita... también en el arrope emocional, en hablar de lo que hay que hablar, resolver conflictos... Son tareas que siguen recayendo fundamentalmente en la mujer. Horas de entrega a los demás a costa del descanso y el sueño, de disfrutar de un libro, una película o una cena, de viajar o de formarse. Es verdad que hemos avanzado en muchos aspectos. Pero seguimos escuchando gritos que pretenden ser órdenes, nos responsabilizamos en mayor medida de la sobrecarga laboral y nosotras mismas normalizamos que toca conciliar si eres hija o esposa. “Alentar” a los hombres a compartir equitativamente las tareas del cuidado implica “cuestionar el mandato cultural de la masculinidad”, asevera el manifiesto. El patriarcado se adapta a los diferentes contextos sociales, políticos y económicos, advertía Kate Millet.
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