La confianza está en la base de todas las relaciones, sean del tipo que sean. Conseguirla es un proceso lento, pero merece la pena por lo mucho que supone y porque sin ella las relaciones son líquidas, se escurren, no tienen fondo. Sin confianza es difícil mantener ningún tipo de acuerdo. Confiar es tener garantía, seguridad, tranquilidad una clara sensación de honestidad y no engaño, ni mentiras. La confianza está o debería estar en la base de todo lo que hacemos, porque desde la desconfianza no construimos, solo deshacemos. Confiamos a diario casi sin darnos cuenta. Confiamos en nuestro médico cuando nos da una receta, en el tendero que nos vende aquello por lo que pagamos, en el mecánico del taller que nos arregla el coche para que los frenos no fallen o en la web en la que reservamos nuestros viajes. Confiamos en nuestra pareja, en nuestra familia, en nuestros amigos. Necesitamos confiar en los proyectos laborales en los que nos involucramos, igual que confiamos en los políticos a los que elegimos para que gestionen los servicios públicos, nada menos que el pilar de nuestro estado de bienestar. Confiamos en las escuelas, en los profesores, en el sistema educativo, en los procesos de selección laboral cuando concurres a alguno... porque vivir confiado a fin de cuentas es mucho más placentero que hacerlo en continua desconfianza, aunque nunca hay que dejar de estar alerta a la vista de los hechos. Por eso es especialmente grave lo ocurrido esta semana en la red social Facebook con la filtración interesada de datos privados de 50 millones de usuarios para uso con fines electorales en favor de Donald Trump. Uno cree que su vida en esa red está bajo control en un lugar seguro hasta que de pronto un día salta el escándalo y las certezas se esfuman. Tanto que su propio fundador, Mark Zuckerberg, ha tenido que reconocer la brecha de confianza que se ha abierto entre Facebook y los usuarios que comparten sus datos personales o profesionales pensando que estos están protegidos. A partir de ahora ya nada será igual en ésta ni en otras redes. Ni contraseñas, ni garantías de seguridad parecen dar ya la confianza suficiente. Incluso voces como la de Brian Acton, cofundador de WhatsApp (también propiedad de Facebook) asegura que es el momento de borrarse de la gran red social del siglo XXI. O por lo menos de no dejar en ella nada que no quieras que se sepa.