Necesitábamos sol y luz. Tras semanas de frío, agua y oscuridad se han desbordado todos los muros de contención y con la fuerza del caudal de la rabia y la impotencia se han desparramado sentimientos, reivindicaciones y denuncias. Todas de golpe. La primavera no ha llegado, qué va... ha explotado en Iruña. Ayer fueron pensionistas y cazadores, el sábado todas las personas que no estamos dispuestas a que se banalice el terrorismo precisamente porque siempre lo hemos condenado. De todos los testimonios que recogimos en este periódico me quedo seguramente con el de Ioar, un joven de Tajonar que aseguraba que “un altercado en un bar, haya o no guardias civiles involucrados, no debe tratarse como un acto de terrorismo”. “Parece que alguien no quiere que eso se acabe”, se atrevía a decir estos días Baltasar Garzón del mismo modo que la presidenta de la Audiencia Provincial Esther Erice tampoco ve indicios racionales para tipificar los hechos de delito de terrorismo. Personalmente no aplaudo la violencia de ningún tipo, no comparto que se golpee, insulte ni apalee a nadie, tampoco puedo con la tortura ni con detenciones injustificadas pero entiendo que utilizar la ley antiterrorista para dar un escarmiento de este calibre a una generación que precisamente tiene que aprender a vivir en paz y convivencia es tan desproporcionado que me recuerda, ahora que se cumplen los cuarenta años de la muerte de Germán, a estrategias del pasado. A impunidad y no a Justicia. Castigos que pretenden ser ejemplarizantes y que no consiguen sino generar más odio y una sociedad más fragmentada. Que se lo digan sino a los habitantes de Sakana y de la muga con Euskadi que han conocido durante muchos años un clima de polarización. Años que creíamos poco a poco superados con ETA inactiva y con muchos agentes y administraciones trabajando para que la única y legítima lucha sea pacifica. Para dar la cara y la palabra ante cualquier reivindicación.