Será la edad. Un hombre sabio me comentaba recientemente que la vida es como un tobogán: cuesta ir subiendo los peldaños, pero cuando te lanzas por la rampa todo va muy rápido... Se trata de disfrutar bajando, no de ponernos pesimistas. Pero sí de reflexionar. Pasado el ecuador de los años, cuanto te das cuenta de que tienes más cosas ya vividas por detrás que por delante. Cuando nos vamos quedando solos. Aunque también la madurez es una edad dulce y reconfortante. Ya lo decía el cineasta Ingmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”. Porque lo que si dan los años es perspectiva para distinguir lo importante de lo accesorio. Una amiga lo resumía en una frase menos literaria pero no menos acertada: “A estas alturas ya no estamos para gilipolleces, porque ya sabes quienes son tus amigos”. Y no hablaba de los de la cuenta de Facebook ni de un grupo de WhatsApp. Se refería a los de verdad. A aquellos con los que puedes contar. Los y las incondicionales. De esos que aunque no te veas cada día sabes que están ahí. Con quienes retomas una conversación ante una mesa como si fuera ayer. Da igual que hayan pasado muchos años y muchas cosas. Y eso es algo que no tiene precio. Esta reflexión no viene a cuenta de nada en concreto, pero si de alguien, de mis amigos, los incondicionales. La comento y la comparto por si sirve. Por si en esta vida frenética, llena de ruido y temas insustanciales, alguien recibe una llamada o intuye en una voz que un amigo/a necesita contar con nosotros, para que no dude en dejarlo todo y escuchar. Beber y vivir un rato. Compartir. Reír. Apoyar. Discutir. Recordar. Soñar. Nunca dejes de mandar un mensaje, descolgar el teléfono o darle la vuelta a la agenda para encontrar un espacio para lo importante. Que nada se quede en la bandeja de salida de tu vida. Cuando subo un monte, siempre mando el mismo mensaje a la misma persona desde arriba, desde hace muchos años y, espero, muchas cimas más. Últimamente también solía enviar fotos de ese horizonte con picos y valles a otra que aprecio a modo de monteterapia. Le encantan los Pirineos. Este pasado fin de semana, en el Petretxema, lo iba a hacer pero se me pasó por falta de cobertura. Ahora me ha llegado al móvil uno suyo. Sereno pero claro. Ha dicho basta. Ya no hará más cimas, pero quiere disfrutar del horizonte en la bajada. Te entiendo K. Besarkada bat.