lamenta el abogado de cuatro de los cinco integrantes de La Manada que la resolución del Tribunal Superior de Justicia de Navarra es “la victoria de la muchedumbre”. Sin dejar de pasar por alto que muchedumbre y manada son sinónimos y que este letrado no da puntada sin hilo cuando le plantan un micrófono delante de la boca, habrá que convenir que Agustín Martínez Becerra no solo ha vuelto a naufragar en su argumentaciones ante los tribunales sino ante la opinión pública. En los dos últimos años el jurista es personaje habitual de magacines matinales y nocturnos y de todos aquellos programas que tocan la crónica de sucesos. Adoptando en más ocasiones un papel de fiscalizador de la víctima que de defensor de sus clientes (si no puedes demostrar la inocencia de estos, trata de cargar la culpa a la parte ofendida...), Martínez ha disfrutado de minutos en franjas de mucha audiencia, pero lejos de apuntalar sus argumentos no ha conseguido convencer a nadie y sí obtener el efecto contrario. Por eso, creo, dibuja como acción de una muchedumbre lo que es una repulsa unánime de la sociedad por lo que esta entiende como un flagrante delito de violación y por una sentencia que ni comparte ni comprende.

La ciudadanía, que no la muchedumbre, se siente cada vez más alejada de quienes deben administrar justicia porque no entienden ni la aplicación del doble rasero, ni la aparente condescendencia con determinados sujetos, ni el encarcelamiento de unos y la libertad provisional de otros, ni determinaciones que rozan el ensañamiento. El espectáculo ofrecido en las últimas semanas por el Tribunal Supremo en la sentencia sobre el pago de la tasa hipotecaria, las luchas en público de los partidos políticos en defensa de sus intereses particulares en CGPJ, también ayuda a deteriorar la imagen, a extender las dudas.

El abogado Martínez sigue pastoreando a una manada salvaje, a unos tipos que no son “los más gilipollas de Europa”, según él mismo los ha definido, sino que son unos sujetos que han hecho prevalecer su número y su fuerza para someter a una muchacha acorralada: una muchedumbre contra un ser indefenso. Una violación, digan lo que digan.