no hay oficio más vituperado ahora mismo que el de político. Escucho una encuesta a pie de calle y todos y cada uno de los entrevistados echan pestes del gremio. El descrédito después de cuatro años de mociones de censura, elecciones e investiduras fallidas ha tocado fondo. De corrido, muchos añaden que están desengañados y no van a ir a votar: que les den? El fracaso en las negociaciones sostenidas en los últimos meses para la formación de Gobierno, la imposibilidad o incapacidad para alcanzar un acuerdo, llevan a la calle a la conclusión de que “no han cumplido con su trabajo”. Discrepo; no creo que su obligación sea tanto llegar a acuerdos (porque parece que daría igual que estos fueran buenos o malos con tal de establecer un gobierno) como el sentarse durante horas y días a explorar puntos de encuentro. Y si no hay fumata blanca no hay Papa. Pero la percepción del pueblo es que no le han metido las horas que un asunto de tanta importancia requería y hasta se han ido de vacaciones con todo un país expectante e intranquilo y en manos del segundo gobierno en funciones más largo desde el retorno de la democracia. Dicho esto, tengo para mí que ha habido mucho postureo por parte del PSOE y un ánimo disfrazado de afrenta pero encaminado a forzar la repetición de la cita electoral; no es una sensación personal, es la constatación que, tras escuchar a Sánchez, me trasladó un dirigente llamado por el presidente a una de esas reuniones que mantuvo con diferentes colectivos y de participar en lo que interpretó como una escenificación sin objetivos concretos. Para este viaje no hacía falta tanta comisión negociadora. Así las cosas, no es extraño que la gente alimente su enfado con los mensajes que recorren las redes sociales y que bombardean periódicamente con los beneficios de puestos, sueldos y cesantías de congresistas y senadores. Sin embargo, creo que con eso consiguen el efecto contrario: aparecen más voluntarios para ser políticos que vocaciones para el buen ejercicio de la política.