aquel cura malhumorado e iracundo que arrastraba la sotana por el atrio de la iglesia nos inculcó a golpes y castigos lo que era el pecado. Es más, con apenas 6 años nos hizo memorizar el catecismo escolar desde aquella pregunta inicial de ¿Eres cristiano..? hasta la última letra (conozco gente que todavía recita las primeras páginas de corrido). Como si en lugar de preparar la Primera Comunión tuviéramos a la vista unas oposiciones a notario. La verdad es que más allá del amarás a tu padre y a tu madre poco podíamos entender. Pero también es cierto que a esa edad es más sencillo el adoctrinamiento y el nacionalcatolicismo debía seguir nutriendo sus filas. ¿Qué era para unos niños aquello de cometer actos impuros, la gula o las virtudes teologales...? Estaba claro, sin embargo, que todo lo que fuera incumplir los preceptos de aquel librito de tapas verdes era pecado -en sus diferentes graduaciones de venial, capital o mortal, tipo Código Penal-. Y con todo eso en la memoria los sábados por la tarde había que pasar por el confesionario y enumerar las culpas con los Diez Mandamientos como referencia y calculando cuántas oraciones te iban a caer como penitencia. El modelo estándar de sanción eran tres Padrenuestros y tres Avemarías. Hago este largo preámbulo porque, catecismo en mano, ese sería, Credo arriba o Credo abajo, el correctivo que impondría el arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez, a los clérigos que han cometido o cometen abusos sexuales a menores, si nos atenemos al concepto que monseñor expresó la pasada semana sosteniendo que ese deplorable acto es un "pecado" (correspondería con el sexto mandamiento, no cometerás actos impuros) en tanto que eludía calificarlo de delito (como recoge al artículo 181 del Código Penal). También el quinto mandamiento dice no matarás, y vete a contarle al juez con las manos manchadas de sangre que de crío te enseñaron que esa agresión es pecado y que aceptas la penitencia. ¿Eso también lo arreglamos con unos Padrenuestros...?