ocalizar el lugar donde quedó varada el Arca de Noé, encontrar el Santo Grial o señalar el espacio donde podría ubicarse el Jardín del Edén son tres de los mitos de la tradición judía y cristiana. Hay mil libros con mil teorías y películas mil que los llevaron a la pantalla del cine. Del Paraíso, ese lugar idílico utilizado por el Antiguo Testamento para caracterizar a la mujer como embaucadora y al hombre como un ser débil y manipulable, de ese terreno fértil y armonioso también se ha dibujado una posible localización en los mapas; unas teorías lo sitúan entre Sudáfrica y Tanzania, otras en Irak y algunas en Arabia. Pero a día de hoy podemos concluir que no existe como destino porque no aparece en ninguna oferta de agencias de viajes. En realidad, nuestros paraísos son más cercanos y los elegimos a nuestra medida. Hay para todos.

Por ejemplo, las islas Vírgenes o Bermudas. Hablar de sus playas paradisíacas es una redundancia. Ahí han encontrado su refugio el capital de algunas de las grandes fortunas, su escondite el dinero amasado en turbios negocios o el afán mundano su opción de regatear el pago de impuestos. Una buena ingeniería financiera acaba convirtiendo esa circulación de capitales en un número de magia (nada por aquí, nada por aquí) o en un ejercicio de trileros (¿dónde está la bolita?). Descubrir el paradero de la pasta es tal difícil como encontrar el Jardín del Edén, aunque a veces esa labor de exploración, casi siempre con periodistas a la cabeza, acaba desvelando quiénes colocan su dinero fuera del control.

La propia expresión de paraíso fiscal nos empuja a interpretar que hay un lugar de destierro en el que habitamos el resto de la humanidad, los que pagamos impuestos (y multas si no declaramos en orden), los que tenemos una cartilla de ahorro de la que no podemos sacar un euro sin que se entere todo el mundo y donde van acotando los lugares para pagar en metálico hasta que retiren de la circulación billetes y monedas. Somos nosotros los que estamos pagando las consecuencias de ese pecado original de evasores profesionales, de reyes sin escrúpulos, escritores fatuos, narcotraficantes de oficio, gente del deporte que besa la bandera, artistas idolatrados...: nos dejan desnudos como a Adán y Eva mientras ellos siguen forrados. Y en el paraíso.

La propia expresión de paraíso fiscal nos empuja a interpretar que hay un lugar de destierro

en el que habitamos el resto

de la humanidad