l esfuerzo de Juan Carlos Unzué por hacer visible la ELA es gigantesco. El pasado domingo, veinte mil personas le transmitieron en El Sadar su cariño, apoyo y creo que también su admiración. Era un homenaje de Osasuna a un hombre de fútbol, a un deportista ejemplar, pero su figura está adquiriendo en los últimos meses mayor trascendencia: la entereza con la que está afrontando una enfermedad devastadora, el convertir la peor noticia en la oportunidad de reivindicar la situación de los afectados que no tienen un altavoz mediático, acudir a las Administraciones para solicitar más inversión para investigación... Sus dotes como comunicador, su facilidad de palabra, consiguen que el mensaje llegue a la opinión pública, al mismo tiempo que su propia imagen física, el mostrarse casi a diario desde diferentes tribunas, va desvelando sin tapujos los efectos de una enfermedad semi desconocida.

Unzué sabe de lo trascendente de su aportación. En Navarra hay datos registrados de la enfermedad desde 2007. En aquellos años, familiares de afectados trataban de organizarse, buscaban información, realizaban reuniones, convocaban a los medios para divulgar lo que les estaba pasando y pedían ayuda. Se sentían invisibles. A día de hoy, en la Comunidad Foral están registrados unos doscientos casos. Las partidas públicas para la investigación son exiguas y las aportaciones gruesas llegan a través de fundaciones. Si la ELA tiene ahora mismo un eco mayor en todo el Estado es por el trabajo infatigable del deportista.

Para cada enfermo, su enfermedad es la más importante, la prioritaria. Y no hay días en el año para recordar cada una de ellas y ponerlas en el escaparate con sus necesidades, los avances médicos, las esperanzas de los pacientes... Sus rostros. A Unzué, contra su voluntad, le han convocado para jugar este partido contra la ELA. Podía haberse apoyado en el palo de una portería y quedarse ajeno a ese cruel juego de la vida que tiene el resultado escrito. Un crítico deportivo diría que es un partido perdido. Pero nunca ha sido su estilo. Ni dentro ni fuera del campo. Sino pelear hasta el último minuto. Como un reto individual pero pensando siempre en el beneficio para el equipo que le acompaña. Se contempla perder, pero nunca la derrota.