ay una web estadounidense (Spurious correlations) que, comparando estadísticas, ha demostrado cosas tan curiosas como que hay una correlación directa entre el consumo de margarina en Estados Unidos y los divorcios en el estado de Maine; entre el consumo de queso y las personas que mueren enredadas entre sus sábanas; o entre el número de películas en las que aparece Nicolas Cage y el de ahogados en piscinas en ese país... Obviamente, la web es divertida porque nadie se cree que esas correlaciones sean causales, sino casuales.

Pero la cosa deja de tener gracia cuando descubres que ese mismo mecanismo mental se usa para dar por cierto algo que es falso: los racistas de Estados Unidos y los xenófobos de España cogen un dato aislado -los negros de allí y los inmigrantes de aquí cometen más porcentaje de delitos que el que les correspondería por su porcentaje de población- y, sin más análisis, lo convierten en una verdad indiscutible.

Por motivos como la prevención, pocas cosas están más estudiadas que la delincuencia, con especial interés en el quién y el porqué. Y hay centenares de estudios que demuestran (esta vez sin comillas) que la raza o la inmigración no influyen en la delincuencia -por ejemplo, en España se multiplicó por seis la inmigración de 2000 a 2014, pero en ese tiempo bajaron los delitos-. Y, por cierto, tampoco la pobreza (argumento también erróneo que a menudo se oye a la gente de izquierdas).

Al parecer, la delincuencia se produce por un cóctel de factores -no siempre con las mismas dosis- entre los que destacan el desempleo, el ambiente violento, la inestabilidad residencial, el tamaño y densidad de las ciudades y, entre muchas otras, hasta la edad y el sexo.

Esto último tiene su aquel: a nadie se le ocurriría demonizar a los hombres jóvenes, pese a que son, con diferencia, los que más delinquen. Quizás porque es mucho más fácil culpar a los inmigrantes (aquí) o a los negros (allí). Y así les va en ambos países a la xenofobia y el racismo, cada vez con más adeptos.