ontaba Carlos Fisas en una de sus Historias de la historia que al biólogo británico Haldane (1892-1964) le preguntaron algo así: “¿A lo largo de sus investigaciones ha encontrado alguna prueba de la existencia de Dios?”. Y que el gran científico contestó: “No. Pero si existe, le encantan los escarabajos”.

Y no solo por existir ya en el Jurásico sino porque suponen la cuarta parte de especies del mundo animal, casi 400.000.

En el reciente Tour de Francia, en este periódico publicabámos un artículo sobre el éxito actual del ciclismo colombiano, y algunos jóvenes de la redacción se echaban las manos a la cabeza cuando en un subtítulo y en el texto llamábamos escarabajos a los corredores de ese país, como si fuera un insulto racista.

Hubo entonces que explicarles que fue la propia Colombia la que creó ese apodo, que se hizo muy popular cuando en los años 80 brillaron corredores como Lucho Herrera o Fabio Parra. No solo tiene el sobrenombre entrada en Wikipedia, sino que basta una ojeada en Google para ver que son los medios colombianos los que más lo siguen utilizando.

Y lo curioso del asunto es la percepción en sí de los escarabajos. Es evidente -quizás por las cucarachas (que no son escarabajos, aunque lo parezcan)- que en algunas regiones -sobre todo de Europa- mucha gente los incluye en general en la categoría de bichos y, por concretar, en la de de bichos asquerosos, pero que eso no se puede generalizar. Baste recordar -y en más de una película lo hemos visto reflejado- la devoción que había a los escarabajos en el Antiguo Egipto, donde, por ejemplo, al pelotero se le consideraba amuleto y símbolo de resurrección.

También en general, y salvo que algún entomólogo nos diga que hay alguna especie asesina, a muchos nos parecen animales inofensivos y hasta simpáticos con sus corazas siempre a cuestas y con esas prisas de especies laboriosas y ocupadas. Gente que se merece un respeto, aunque solo sea porque le gustan mucho a Dios.