por si no se había enterado, cada vez que en España no gobernó el PP lo hizo ETA. Sin embargo, Aznar negoció con ella llamándole "Movimiento Vasco de Liberación" y bajo su mandato se acercaron docenas de presos. También debiera saber usted que con la izquierda abertzale no se habla, no como UPN-PP en 1993 para intentar acordar los Presupuestos después de que dos años antes HB hubiera permitido su acceso a la Diputación en detrimento del PSN. Naturalmente, ETA y solo ETA causó la masacre de marzo de 2004 en Madrid pese a que nunca medió ninguna evidencia, lo mismo que con las armas de destrucción masiva en Irak. Acreditada la naturaleza mendaz de la derecha panhispánica, la españolidad verdadera que enarbola tampoco entra en otras consideraciones éticas. Pues ser más español que nadie no colisiona al parecer con el latrocinio del erario común para acudir a las elecciones dopado con comisiones ilegales. A la mentira y la rapiña del PP se suma su impronta sectaria, demostrada con un anticatalanismo plasmado en la febril recogida de firmas contra el Estatut y con la impugnación de artículos vigentes en Aragón o Andalucía, el germen del conflicto que tiene a España en estado de pasmo permanente. Lo paradójico es que ese afán separador se acompasa con el blanqueo de la ultraderecha y la asimilación de su discurso para integrarse en un magma reaccionario y mandar allá donde sea posible, recurriendo en caso contrario a los magistrados afines en las altas instancias judiciales maleadas convenientemente cuando la alternancia en el poder les favorece. Y si todo falla, siempre les quedará la caverna mediática para poner en la diana a los electos que pueden decantar la balanza, el matonismo típico del cacique de toda la vida. Ese es el monstruo al que el Ejecutivo de coalición y las siglas que lo han avalado aun con la pinza en las narices deben mantener en su guarida de la oposición. Porque si esta cogobernanza progresista inédita en la democracia española fracasa, en un ejercicio de irresponsabilidad colectiva suicida, la bestia retomará la Moncloa con una ira también desconocida en la Europa democrática. Dios no lo quiera, aunque la Conferencia Episcopal rece por ello con idéntico fervor que la propia CEOE.