o hay pinzas para tanta nariz. O narices para tanta pinza, que tanto monta. Lo han proclamado en las últimas horas el socialista Odón Elorza y el podemita Jaume Asens a cuenta del hediondo acuerdo entre los socios natos del Gobierno y el PP para la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional. Si será fétido el pacto que conlleva el nombramiento de dos magistrados de adscripción partidaria tan obscena que Concepción Espejel fue recusada en el caso Gürtel por su cercanía al PP y Enrique Arnaldo aparece en sumarios de corrupción popular como el Palma Arena o Lezo, cierto que sin llegar a juicio. Es decir, de independencia cero patatero y otro tanto en ejemplaridad, pero todo sea para oxigenar el Tribunal Constitucional con los antiguos usos del bipartidismo, naturalmente en nombre de la democracia. El problema reside aquí en que el remedio, la renovación jurisdiccional, agrava la enfermedad, el descrédito institucional con singular incidencia en la Justicia. Porque una cosa es que los jueces no puedan repartirse las plazas por cuotas de asociaciones corporativas, dada la impronta conservadora de la mayoría por su extracción social, y otra asistir de nuevo a este cambalache con la izquierda en su conjunto metida de hoz y coz en semejante enjuague. Y ahí radica justamente el drama, en esa imagen distorsionada de que todos los políticos son iguales, aquello de Groucho Marx de que estos son mis principios y si no les gustan tengo otros. Al contrario, los valores que subyacen en la ideología debieran imponerse por principio a criterios de oportunidad, pues la política tendría que encarnar como ejercicio remunerado de la soberanía popular la congruencia que no cabe exigir a cada ciudadano siempre y en todo lugar. En el sentido de que la coherencia alcanza hasta donde falta el plato de lentejas, en libérrima interpretación del aforismo latino primum vivere deinde philosaphari (primero vivir, después filosofar). Quiere decirse que, como a la fuerza ahorcan, a demasiadas personas no les queda otra que conducirse con una pinza en la napia porque, para empezar, si no tragan quina no comen. Pero en política, una actividad por definición virtuosa porque teóricamente se trata de gestionar el bien común en estricta observancia del interés general, nadie debería operar con una pinza en las narices, ya que en tal caso lo que procede es irse con viento fresco y pegar un buen portazo. Que no se diga, Odón y Jaume, Elorza y Asens. Ánimo. Y de la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que lleva tres años secuestrado por el PP, ya hablamos otro día y votamos lo que toque al siguiente. Que no sea por pinzas. Ni por nasos.

A demasiadas personas no les queda otra que vivir con una pinza en el naso si quieren comer, pero en política lo que procede es irse