las elecciones copan la agenda política. Difícil escribir de otra cosa. Es el tema en boca de todos y todas. Hay que acudir a las urnas porque es la herramienta de los ciudadanos para participar en democracia y que su voto sume y pueda cambiar las cosas y hay que votar porque el resultado es la herramienta de control político. Hasta aquí la teoría. Pero no deja de ser contradictorio lo que estamos viendo estos días. Una muestra más de la debilidad de la democracia y de las paradojas de la política y la justicia en este momento en el que la sociedad, o al menos gran parte de ella, vivimos entre el desconcierto, la indignación y el desaliento ante lo que vemos y lo que todavía nos queda por ver. Triste e inconcebible imagen la de los doce políticos catalanes sentados en el banquillo del Tribunal Supremo para ser juzgados por delitos que Europa no reconoce. Una imagen que nunca debería haberse producido, como otras muchas vinculadas a las injusticias de esta mal llamada Justicia. “Se me acusa por mis ideas y no por mis hechos. Nada de lo que hemos hecho es delito. Votar en un referéndum no es delito, impedirlo por la fuerza sí lo es”. Son las palabras de Junqueras, el exvicepresidente de la Generalitat, pronunciadas en la sesión de ayer del juicio del Procés. Se enfrentan a penas de más de 20 años por haber permitido que la sociedad catalana vote en un referéndum, que el Estado español consideraba ilegal, cumpliendo el mandato de sus votantes de abrir las urnas para que el pueblo catalán decidiera su futuro. Unos están siendo juzgados por delitos tan graves como Rebelión por llamar a votar, mientras otros nos llenan la agenda de citas electorales. Urnas como arma arrojadiza. Elecciones como moneda de cambio. La imagen de esta democracia encarcelada y ahora juzgada no es sino el espejo del grave deterioro democrático en el que vivimos ¿Cómo entender siquiera que se pueda permitir a la extrema más ultra ejercer de acusación contra quienes son representantes democráticos elegidos en las urnas? El fracaso de los presupuestos de Sánchez quizás se solucione con unas elecciones anticipadas, pero el verdadero problema político que arrastra, la incapacidad del Gobierno para afrontar su relación con Catalunya, solo se salva con un diálogo real que respete lo que todos, también los catalanes, decidan en las urnas.