Tras las mentiras de la campaña llega la verdad de las urnas. Mentira ha sido una de las palabras que más se ha repetido en el diccionario político de mitines, tuits, entrevistas y sobre todo en los debates. La doble cita televisada, con el que de hecho se cerró la campaña electoral a principios de semana, ya que el resto ha basculado sobre lo que pasó en el plató, fue la mejor muestra de esto. Más allá del tenderete que montó Rivera en su atril, la sonrisa peremne de Casado en su fuego cruzado, el amago de aire presidencial de Sánchez y el papel casi de profesor de Iglesias tratando de poner orden en clase, las cuatro horas de debates aportaron muchas acusaciones mutuas y generalidades y pocas propuestas concretas, que son, precisamente, lo que necesita la sociedad y el votante para decidir o ratificar su voto. Mucha destrucción y escasa construcción. Ha sido una campaña mirando al pasado y sus protagonistas en lugar de mirar al futuro y a las personas del presente. Europa, cultura, juventud... ha habido grandes temas ausentes y algunos de los ejes que han centrado las polémicas, como Catalunya o la igualdad, se han debatido sin que pudieran tomar parte en ellos, aunque sea por alusiones, ni catalanes, ni mujeres. Porque la estampa de cuatro líderes estatales (al quinto en discordia, también ausente pero mejor ni nombrarlo) merece una profunda reflexión sobre hacia dónde va la política de este país. En este semana de debates electorales, en una campaña en la que la imagen juega un papel decisivo, se les coló una que resume mejor que ninguna palabra la desigualdad. La foto captada de la imagen de TVE en la que dos limpidadoras pasan la mopa al plató mientras otra mujer maquilla a uno de los invitados, todos hombres, incluido el presentador en el caso del primer debate. Penoso. Pero el futuro, también el de las instituciones y la política, será contando con ellas, con nosotras, o no será. Mujeres como sujeto no como objeto. Y más con los tiempos que corren de vientos machistas de ultraderecha que quieren barrer los avances por la igualdad que han costado décadas conseguir. No es casualidad que los dos últimos 8 de marzo hayan sido un reflejo de que queremos voz y voto. No vetos. Y tampoco es casualidad que en Europa hayan sido mujeres con cargos políticos de relevancia las que hayan entendido y aplicado el principio de que hay que aislar al populismo de ultraderecha. En su día fue Angela Merkel en Alemania. Ahora ha sido la liberal Annie Lööf quien ha preferido apoyar un gobierno socialdemócrata a dejar la llave de la estabilidad en los Demócratas Suecos, la extrema derecha del país.