Ahora que hablamos tanto de la despoblación, de la España vaciada, que no vacía, del riesgo de nuestros pueblos ante la falta de relevo generacional, no está de más pedir que el foco no se ponga en el vacío, en el hueco, como si estuviéramos hablando de una hermosa escultura de Oteiza, sino que se ponga en el fondo, en la forma, en lo que hay, en lo que no se ha ido, en las personas que viven y dan vida a las zonas rurales desfavorecidas y golpeadas por este nuevo ciclo de despoblación. Ciclo porque en otras épocas también los ha habido y han revertido. Son esas personas y sus vidas lo que está en el aire, el futuro incierto de quienes han decidido crecer en un entorno no urbano sabiendo que en la balanza del desequilibrio casi siempre les toca perder. Pero la despoblación sigue estando de moda. Llena ciclos, charlas, programas, talleres, libros, documentales... hasta se crean departamentos y consejerías para abordarla. Pero la despoblación no es más que una palabra que significa falta de población, por eso urge analizarla en toda su magnitud y complejidad y tratarla no desde una única mirada sino desde múltiples puntos de vista, de una manera transversal para tratar de darle una solución global. Escuchar las causas allí donde hay que escucharlas y ponerles remedio desde la instituciones con acciones y medidas concretas. Probablemente empezaremos a hablar de población si hay recursos, si hay empleo, si hay opciones de formación, escuelas, institutos, una buena atención médica, ayudas para transporte y otros gastos que se multiplican a medida que uno se aleja de la capital; si hay un ocio acorde a todas las edades, atención para los mayores; si hay conexión a internet, si hay un plan que mire de manera íntegra todo lo que una persona, hombre o mujer, tenga la edad que tenga y la profesión que elija, necesita en esa primera línea de necesidades para poder tener una vida plena con todos sus derechos, también el derecho a una vivienda. Suena a mucho pedir, pero no es más que lo que pide cualquier residente en la ciudad. Demasiadas veces cuando hablamos del mundo rural, como esta misma semana con motivo del Día de la mujer rural, se pone el acento en esa ruralidad entendida como un acto de heroísmo, cuando creo que no lo es. Lo veo más bien como un acto de vida. Una clara opción por la felicidad.