ué meter en la maleta de este verano? ¿Viajaremos de nuevo? ¿Con qué llenar las horas lentas de los días largos?, esos que ya estamos disfrutado mientras miramos de reojo un sol que se resiste a salir, oculto bajo un tiempo inestable, tan inestable como la vida y los caminos que pisamos desde hace más de un año. Termina un nuevo curso, escolar y vital. Y toca hacer balance. En algunas materias saldrá aprobado en junio, otras quedarán para septiembre. Es extraña esta sensación, lo era hace un año y lo es todavía. Entonces bromeábamos con mascarillas, geles, contactos estrechos y distancias, mientras empezábamos a abrazarnos en aquella fugaz nueva normalidad, dejando atrás el miedo de los días duros de marzo de 2020. Creíamos que lo sabíamos casi todo y apenas sabíamos nada, como cuando arranca un nuevo curso. Aún no éramos conscientes de lo que estaba por llegar, de lo que ya hemos vivido, de lo mucho que quedaba para estar cerca de la orilla en este mar de olas imprevisibles. Es inevitable sentir de pronto la euforia del verano, la energía de una estación luminosa que nos arrastra por territorios placenteros. En eso estamos ahora, en un nuevo tiempo que ya no nos atrevemos a calificar, sin saber si será o no el último verano covid. Ojalá que sí. Es pronto, dependerá de muchas cosas, también de nosotras y nosotros mismos. Mejor vivirlo y contarlo que etiquetarlo antes de tiempo y que luego nada sea como pensamos. Pero hay como una sensación de que todo está siendo muy rápido de repente después de meses pisando el freno, y quizás no sea malo que lo sea para poder vivir la vida en toda su intensidad, aunque cuesta pasar de la nada al todo y hacerlo sin caerte, como quien salta una hoguera en la noche de San Juan, con fuerza e impulso para no caer en la llama. Ese fuego, real o mental, en el que de nuevo algunas hemos quemado lo que no queremos meter en este equipaje de verano, todo aquello que nos lastra y nos condiciona para mal y que quieres dejar atrás para dejar sitio a los buenos momentos que seguro viviremos. Es inevitable sentir el verano como ese tiempo de infancia, cuando todo era posible, cuando la felicidad era subir del río en el pueblo y comerte el bocata en la plaza con las amigas. Y si llovía, subirte a un banco debajo de un balcón para ver caer la lluvia. Pequeñas cosas que hacen grandes los veranos y los llenan de lo que nunca nos puede faltar en la maleta sea cual sea el destino del viaje, ese momento al que vuelves para sentirte feliz.

Es inevitable sentir el verano como ese tiempo de infancia, cuando todo era posible, cuando la felicidad era subir del río en el pueblo y comerte el bocata en la plaza con las amigas