Son muchas las cosas que tenemos que aprender de esta crisis, tan diferente a cualquier otra que, además de confinarnos a todos en nuestras casas, nos hace mirar a lo que es realmente importante. Comer, sanar enfermos, y atender a las personas vulnerables. El resto, sobra en este momento. Es superfluo. Además de la necesidad de invertir en salud para responder de manera eficaz a futuras pandemias, es decir, garantizando una atención pública de calidad y como mejor fórmula de retorno de capital (con formación e investigación, para disponer de materiales como los respiradores que eviten depender de otros países), esta crisis nos enseña a valorar aquellas profesiones más denigradas, infravaloradas. Es la hora de los olvidados. Ahí está nuestro escaparate de Al pie del cañón, personajes que lanzamos en la sección de Vecinos dando voz a aquellas personas que nos sostienen en el apocalipsis: limpiadores de calle o de oficina, tenderas, barrenderos, agricultores y productores locales, enfermeras de centros de salud, policías locales, trabajadoras familiares que sirven de apoyo a personas mayores que viven solas y no tienen a una familia cerca (casi todo mujeres, por cierto), auxiliares de enfermería que trabajan en residencias y que están tanto o más expuestas al contagio que los propios cirujanos, villaveseros, carteros... Un médico siempre será un médico, una profesión antes y ahora tremendamente respetada. En cambio, profesionales del sector primario o de servicios básicos dábamos por hecho que existían pero que quizás mirábamos para otro lado al ver lo que ganaban o de darles voz. Ahora nos damos cuenta que son imprescindibles, que la sociedad vive gracias a ellos. En el caso del sector primario, tan necesarios, que nos obligan a revisar aún más que nunca las medidas para luchar contra la España vaciada. Y el modelo de producir alimentos. En los pueblos no solo llegan menos virus, sino que, además, tenemos la huerta y las cuadras de animales para sobrevivir a cualquier catástrofe.