tengo un buen recuerdo del paso por el cole -así lo llamábamos y así se ha quedado-. Una buen recuerdo en general, porque los años de crío suelen ser años mejor rememorados por otros. Pero en aquellos años infantiles se trabaron amistades que siguen hasta ahora y ese es el equipaje más valioso que se suele traer de aquellos viajes obligados. A clase, somnolientos y repeinados, pantalón corto en cualquier estación -que las había entonces-, en autobús al principio, a pata después, cruzando toda Pamplona.

A nosotros nos tocó el colegio de finales del franquismo -y lo que se marchaba con aquello por el sumidero-, y esto tenía que ser estigma y rémora. Los que íbamos a cole religioso, que para eso nos mandaban, aprendimos a rezar de todo y a todas horas, teníamos el infierno ardiendo por todas partes y el pecado mayor era ser impuro. Tal cual, como suena.

A nosotros también nos llamaba la atención, porque éramos unos mocosos, pero también curiosos y revoltosos -algunos un tormento-, esa reunión de profesores que vestían como curas, que no lo eran; que se llamaban y llamábamos hermanos y que más que familia resultaban un cuadrilla de quitarte el hipo.

Los buenos profesores seguro que empataban a los que eran un dolor, pero el paso del tiempo -con más años, perspectiva y análisis de evidencias- nos hizo deducir que la manada de maestros anormales, violentos, ridículos, poco preparados y sin interés era numerosa y, en cualquier reunión de exalumnos salidos de ahí, predominan los recuerdos de éstos últimos. No es difícil calibrar el nivel de educación que podía florecer de aquella macedonia de tipos raros, intentando cultivar a chavalillos insoportables, que también repetían lo que veían. Creo que sería un problema de parte de la escuela de aquellos tiempos, más que una tara de un centro cualquiera.

Tengo un buen recuerdo del paso por los Maristas, de aquellos años desordenados y de calor en las aulas en invierno y en verano; de los cursos infantiles y de los de adolescencia, cuando ya nos marchamos.

Ahora que sale toda esta mierda, toda la porquería de otros tiempos que ni nos lo podíamos imagina, cabe esperar -por lo menos- que haya respeto por los que se atreven a contar el suplicio, que no se dude con desdén de sus palabras de víctimas. Los malos recuerdos de éstas causan pena y dolor. Ya nada será igual después de haber sabido que hubo tanto monstruo ahí mismo.