Esta semana se ha presentado un plan de alquiler joven con un límite de 31 años de edad. El otro día una cadena comercial ofrecía uno de sus productos diri-gido a los "nuevos jóvenes", un público más talludito, un reinvención. Pensadores y uni-versidades también se han metido a debatir y reflexionar sobre el asunto. Conforme van pasando los años, no cabe duda de que la autocompasión nos lleva a exponer y defender ante quien sea que el DNI cada vez cuenta menos, que la edad es una cuestión mental, que la voluntad por sostenerse activo y hecho un pincel cuenta más que el discurrir del tiempo y cualquier otra cosa. También abundan las señales como para pensar que la juventud como concepto se estira, porque así parece que se mantiene esa frescura y arrebato que tanto gusta y es motor de vida. Según la Organización de las Naciones Unidas, "la juventud se sitúa entre los 10 y los 24 años; abarca la pubertad (de 10 a 14 años), la adolescencia media o tardía (de 15 a 19 años) y la juventud plena, desde los 20 a 24 años". Definido el estatus, está claro que las incidencias son las que la ponen en su sitio y que esa juventud defini-da dependerá de donde toque vivir o pade-cer, que en algunas zonas es lo mismo. Uno de los numerosos artículos que hay al respecto indicaba también que "28 años es la edad en que uno deja de ser joven y empieza a crecer o se transforma en una persona seria" (sic). El 37 % de las mujeres y el 39 % de los hombres señalaron los 28 años como la edad en que uno ya es adulto, decía otra de las conclusiones. Tal cual. La esperanza de vida al nacer en 1900 en España era de 34 años -la alta mortalidad infantil influía en que fuese tan corta-. Ni edad para ser abuelo te dejaban, ni para echar canas. Ahora los 60 son los nuevos 40, dicen... También los 50 son los nuevos 40, o los nuevos 30, según. Ensalada de edades mientras te lo intentas creer. Cuando eres joven no hace falta sentirse joven ni pensar en ello. Intrépidos y atrevidos nos creemos, no nos vemos ni una arruga, pero las que avejentan, suelen crecer en la mente. Los jóvenes, entretanto, se hacen viejos mien-tras no les hacemos ni caso.