Ya no se puede hablar del tiempo en el ascensor, ni de nada, porque se viaja solo. Se debería. Hay que reconocer que tampoco está mal mantener sus distancias según con quién. Marcar con la barrera de metros que no hace falta proximidad para tratar algunos temas insustanciales y meterse en esos relatos insulsos para compactar los resquicios de ciertos encuentros en los que prevalece la educación entre comillas más que el interés. Ahora, hay un socavón más o menos obligatorio en el medio para aquellos que quieran sostener algunos modales vacíos. Una trinchera feliz para otros que ya tienen donde saltar a refugiarse. Mejor decirse adiós con la mano. La conversación que en las últimas semanas se destaca en el número uno de la lista de asuntos es la de las PCR, que cuando se las nombra parece que se habla de algún batallón, unidad especial o grupo de guerrilla. Ruido y pelea es lo que nos llega. Al chaval le hacen una PCR porque estuvo con su primo que anduvo con la cuadrilla en la que el novio de una amiga que apareció de improviso en una quedada dio positivo después de haber estado una tarde con sus colegas entre los que uno se notaba un pelín tontorrón porque sus padres estuvieron de cena con los del currelo y a los días en la prueba les dio OK el bicho pero habían estado... Y así hasta el infinito, y aquí mismo, en bucle permanente. De las PCR hablamos casi como del tiempo porque ya forman parte del día a día, de la vida que nos toca, de esas cosas que pasan alrededor pero que se entrometen según cómo vengan y cuando menos lo esperas. Hablamos de las PCR, pero lo que nos interesa son las derivaciones, causas y motivos. Incluso decidimos culpables y momentos seguros para el inicio de la trama. No cabe duda de que estamos rodeados. Así anda el tiempo.