a reciente regularización fiscal por parte del emérito (678.393 euros del ala) no ha paralizado, afortunadamente, la investigación que la Fiscalía del Supremo asumió el mes pasado sobre el uso de las tarjetas opacas a Hacienda que un empresario le facilitó a Juan Carlos I. Y es que la maniobra de pagar para evitar la apertura de un proceso penal en su contra puede ser ineficaz tras conocerse que el fiscal informó a Juan Carlos de Borbón de que estaba siendo investigado, lo que invalidaría su maniobra de declarar al fisco los fondos recibidos del su amigo mexicano. Cierto es que el emérito tenga los mismos derechos que cualquier ciudadano de presunción de inocencia y privacidad ante el Fisco, pero no lo es menos que su condición de exjefe del Estado exige una especial transparencia y rigor en sus actuaciones tanto del monarca como de todos los estamentos judiciales. Los fiscales se deben empeñar ahora en comprobar que la información aportada sea completa y veraz, para lo que tiene pendiente muchas diligencias que practicar. Incluso que el uso de esos fondos opacos no esconda algún otro delito (blanqueo de capitales, por ejemplo), algo nada desdeñable dado el cariz de todo lo relacionado con las finanzas del Borbón padre. Los movimientos desde La Moncloa para intentar salvaguardar el maltrecho honor del emérito son cada vez más patéticos e ineficaces. Incluso su hijo, inquilino principal de La Zarzuela desde hace seis años, se está afanando en poner tierra de por medio con el patrón, consciente de que sus correrías -muchas de ellas en pleno desempeño de la Jefatura del Estado- están haciendo más por el advenimiento de la Tercera República que los republicanos de nuevo y viejo cuño. Todo ello sin olvidarnos de los otros frentes judiciales, de mayor gravedad, que tiene abierto el emérito sobre los 65 millones que regaló a su amante o las cuentas multimillonarias en paraísos fiscales. Su figura ha pasado de tener inviolabilidad a ser aforada. Y la ciudadanía le exige además, en nombre de la decencia democrática, la transparencia debida y no practicada y una investigación profunda y rigurosa de los muchos mangoneos que ha practicado desde el trono.

Sus correrías, muchas de ellas en la Jefatura del Estado, están haciendo más por el advenimiento de la Tercera República que los republicanos de nuevo y viejo cuño