La presentación de Carlos Pérez-Nievas como candidato de Ciudadanos en las elecciones forales dejó algunas interesantes perlas para ratificar lo que todos ya sabíamos. Vino a decir que el interés de la formación naranja en la defensa de nuestro autogobierno es ninguno, que el Convenio Económico que regula las relaciones con el Estado está rodeado de “oscurantismo” y que hay que modificar la sacrosanta Constitución para que “desaparezca” la Transitoria Cuarta que permite a los navarros decidir su estatus autonómico en un referéndum. En definitiva, nada nuevo bajo el sol.

Más miga tiene lo que habló sobre sus preferencias de alianzas postelectorales. Reiteró su disposición al diálogo con el PSN, al mismo tiempo que subrayó que no hay espacio para pactar con el PSOE de Sánchez. Dado que la sigla que lidera María Chivite no es sino una sucursal del partido de la rosa, por pura lógica política la respuesta de los socialistas navarros debería haber sido la devolución del portazo, con la advertencia de que sin diálogo entre las dos formaciones en el ámbito estatal, tampoco lo habrá en el autonómico. No fue así y lo cojonudo -con perdón- es que a nadie le sorprendió. Chivite despachó la afrenta diciendo que se daba por aludida, limitó sus vetos a pactar con EH Bildu, PP -debería explicar las diferencias de los populares con UPN, con quien sí tiene abiertas todas las vías de colaboración- y Vox, mantuvo su disposición al acuerdo con Ciudadanos y aseguró que el autogobierno y el régimen foral son “incuestionables”.

El problema del PSN es que su credibilidad quedó enterrada en el agostazo de 2007 y fosilizada con el engendro de Gobierno que pactó con UPN en 2011 y con el marzazo de 2014, antes de quitarse la careta en la actual legislatura para ser un activo agente de la oposición. Y de esto son conscientes la derecha foral y la española, que toman por el pito de un sereno al PSN, desde el convencimiento de que, como siempre, podrán contar con sus votos a partir del 26 de mayo.