digerida y analizada la jornada de huelga de este jueves, no está de más hacer algunas reflexiones. Sobre todo con vistas a próximas convocatorias de paro. Conviene detenerse en qué se ha hecho bien, en qué es mejorable, qué aporta más a la causa... Y también en qué se ha hecho mal. La autocrítica no abunda, pero nunca sobra. Ni suele hacerse en política, donde es extrañísimo que alguien asuma un fracaso electoral, ni en el sindicalismo, otro mundo reacio al reconocimiento de errores. Por eso, aunque la reflexión solo sea interna, sería muy recomendable repensar algunos comportamientos y conductas que acompañan a estas protestas. De entrada, cabe preguntarse si es necesario desperdigar miles de pasquines al suelo. ¿De verdad alguien cree que se resentiría la reivindicación si no se ensuciaran tanto las calles? ¿Alguien se ha detenido a calcular el trabajo que requiere recoger toda la propaganda que se tira, retirar las pegatinas con las que se embadurnan fachadas, persianas, puertas, escaparates, marquesinas y demás mobiliario urbano y borrar las pintadas? ¿Es condición sine qua non hacer el guarrete para que triunfe una huelga? ¿Y es necesario forzar el cierre de la mercería del barrio o tirar una bomba fétida en una carnicería que ha decidido abrir? ¿O quizá saldría reforzada la reivindicación si partiendo del indiscutible derecho a la huelga se respeta asimismo el derecho al trabajo?

También se le puede dar una vuelta al ambiente que rodea estas protestas. Una huelga de por sí es dura. Cuando es secundada por la mayoría de la población y se convierte en general, vacía las calles y se extiende una sensación de tristeza que se amortiguaría si de la convocatoria se excluyera a los bares. O si al menos se negociaran servicios mínimos en estos establecimientos. Esos a los que acuden los propios huelguistas si pillan uno abierto antes de hacer la habitual parada en alguna peña o sociedad para reponer fuerzas. Porque la reivindicación no tiene que suponer ningún sacrificio añadido a la pérdida de salario. Y la movilización con alegría es más efectiva. Ya lo hemos visto los últimos años en las manifestaciones del 8-M, algo habitual en las del movimiento LGTBI.