el empecinamiento de Donald Trump con una de sus promesas estrella que le llevó a la presidencia de Estados Unidos, la construcción de un muro en la frontera con México para impedir el paso de inmigrantes, está llevando al límite del caos a la Administración norteamericana y, con ella, al país. Tras el cierre del Gobierno federal, el más largo de la historia de Estados Unidos, durante más de tres semanas, las consecuencias se sintieron de modo agudo no solo en las decenas de miles de funcionarios -hay 800.000 empleados públicos que se quedaron sin sueldo-, sino que acabaron repercutiendo también de manera importante en amplios sectores y amenazaron de forma seria al conjunto de la economía. De hecho, según estimaciones de agencias internacionales, la economía de EEUU perdió más de 3.600 millones de dólares, aunque esto solo sería el principio si no se alcanzaba un acuerdo en breve, ya que estas pérdidas podrían duplicarse en pocas semanas. Para muchas familias afectadas, la situación fue angustiosa al quedarse sin ingresos o ayudas para el pago del alquiler de su vivienda, acrecentada por la incertidumbre sobre el futuro. Aunque, en un principio, el cierre no afectó a servicios considerados vitales como el Pentágono, la Seguridad Social o el sistema educativo, otros sectores también claves como la justicia, la agricultura, el comercio o el turismo (parques nacionales, museos, etc) se vieron perjudicados de manera notable, e incluso la situación acabó afectando de manera negativa a la seguridad en el transporte aéreo, la ciencia y la salud. Trump se vio obligado a ceder en un primer momento ante la mayoría demócrata en el Congreso. Pero su siguiente paso, declarar la emergencia nacional ante una supuesta invasión de delincuentes, narcotraficantes, pandillas y criminales, le ha permitido en un primer momento disponer de los 8.000 millones que le denegaba la Cámara Baja para acometer ese gigantesco muro de inhumanidad en la frontera sur con México. Una iniciativa inmoral a la que la oposición demócrata, que tiene mayoría en el Congreso, se niega en redondo. El presidente, por su parte, rechaza cualquier acuerdo que no incluya la financiación de la valla. Un pulso que, tratándose de Trump, está dispuesto a ganar a cualquier precio. Mientras el acuerdo parece imposible, millones de estadounidenses y de personas migrantes viven en vilo o en precario. Aunque eso poco parece importarle al presidente, obsesionado con un muro electoral.