uPN y PP volverán a concurrir juntos a las elecciones en Navarra. El Consejo Político de UPN acordó ayer retomar la vieja alianza también para los comicios forales y municipales que se celebrarán en mayo. Una decisión “controvertida”, como admitió ayer el propio Javier Esparza, que vio cómo el 23% del máximo órgano del partido votaba en contra de una coalición que ata las siglas regionalistas a las de un partido condenado por corrupción y en claro retroceso electoral.

Un acuerdo que el presidente de UPN había venido rechazando sistemáticamente los dos últimos años, por última vez hace apenas un mes, vinculándolo a las “urgencias” del PP, que según las encuestas probablemente se iba a quedar sin representación parlamentaria. Pero que finalmente ha acabado encima de la mesa del propio Javier Esparza, presa de las mismas urgencias y debilidades que el PP, y del temor a que la fragmentación política que se observa ya en la derecha española se concrete también en Navarra el próximo mayo, lo que dificultaría su continuidad al frente de UPN otros cuatro años.

La alianza tal vez permita sostener el polo UPN-PP como fuerza de referencia para la base social de la derecha ante la irrupción de Vox y Ciudadanos, y puede evitar que los votos del PP se queden sin representación, como ya le ocurrió a Ciudadanos hace cuatro años. De hecho, los populares son los principales beneficiados de una vuelta al pasado que les garantiza escaño en las principales instituciones, pero que deja también un escenario de muchas incertidumbres. Y casi ninguna positiva para UPN.

Con el acuerdo de colaboración estable no solo blanquea la corrupción del PP, sino que se une al bloque ultra que las derechas plantean ya para el resto del Estado con un discurso cada vez más radicalizado en ámbitos como la lucha por la igualdad, la memoria histórica o los ataques al autogobierno. Lo que dificulta además un pacto de gobierno con el PSN, a quien los regionalistas vuelven a despreciar confiados en que, al final, aceptarán cualquier escenario.

Una muestra más de la ausencia de rumbo de un partido que, lejos de aprovechar su paso por la oposición para adaptar su proyecto a la sociedad del siglo XXI, se ha dejado llevar por las prisas por recuperar el poder hasta el punto de sacrificar su propia identidad política. Y eso no suele acabar bien.