La designación de los siete congresistas demócratas que ejercen de fiscales, la presentación en el Senado de los cargos contra Donald Trump por obstrucción al Congreso y abuso de poder y la toma de juramento por el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, a los cien senadores que componen la Cámara Alta y que ejercerán de jurado han dado inicio al tercer impeachment de la historia a un presidente de EEUU, aunque será el próximo martes cuando arranquen las alegaciones iniciales y se determine la duración del proceso. Ya se adelanta, sin embargo, que acabará, como en las dos ocasiones anteriores (Andrew Johnson en 1968 y Bill Clinton en 1998), con el rechazo a la destitución del presidente. Al parecer no se trata de si Trump trató de utilizar su influencia -y la congelación de 400 millones de dólares en ayuda militar- para que el gobierno ucraniano de Volodimir Zelenski investigara al hijo de Joe Biden con el fin de proporcionarle munición electoral contra quien pudiera ser su rival en las presidenciales de noviembre. Ni de si tras hacerlo ordenó dificultar que el Congreso investigara lo que ya se conoce como ucraniagate. Ni de que ambas cosas supongan una inapropiada utilización de las atribuciones de su cargo en beneficio propio. Ni de que de todo ello haya evidencias y testigos suficientes. El mecanismo que estipula el artículo 2 de la Constitución de EE.UU. de control por los representantes de la sociedad para evitar que el poder del presidente se deforme en autocrático, queda reducido a que los republicanos tienen mayoría (53 senadores) y los demócratas (45) e independientes (2) serían incapaces de alcanzar el respaldo (51) necesario para que se vote la destitución, mucho menos los dos tercios (67) que se exigen para aprobarla. Más aún, la mayoría republicana podría imposibilitar el martes incluso que se presenten determinadas pruebas o declaraciones de testigos y convertir el impeachment en cualquier otra cosa, un melocotón (it's a peach, men), por ejemplo. Quizá porque -o a pesar de que- buena parte de esos senadores republicanos (23) pondrán su escaño en juego en la misma fecha, 3 de noviembre, de las presidenciales. El Senado de Estados Unidos no solo procesa a Trump. También se juzga a sí mismo. Por desviación de los principios esenciales de la democracia allí donde hace más de 231 años esta se puso por primera vez en práctica.