A anunciada fusión que estudian los órganos de gobierno de CaixaBank y Bankia y que daría lugar al mayor grupo financiero del Estado español con activos por importe de 650.000 millones de euros, forma parte de una lógica de consolidación bancaria impulsada por el propio Gobierno de Pedro Sánchez -aunque, una vez más al parecer, sin contar o con las reticencias de su socio Unidas Podemos- y otras instituciones lideradas por el Banco Central Europeo (BCE), y que cuenta con evidentes virtualidades, retos y, también, serios riesgos. A nadie se le escapa que Bankia, como otras entidades, fue rescatada por el Estado en una operación en la que ha inyectado unos 24.000 millones de dinero público que aún están por devolver. Esa, obviamente, es la mayor de las preocupaciones de la operación, ya que está en juego el interés público y el dinero de todos. Por ello, el Gobierno español, a través de todos los medios y organismos a su alcance, debe extremar al máximo el control sobre esta fusión que ya se da por hecha y que sería una realidad este mismo año. Otra de las grandes preocupaciones debe ser el impacto que la fusión de estas dos entidades tenga sobre el empleo. Entre ambos bancos, cuentan con más de 6.500 sucursales en el Estado y una plantilla conjunta superior a los 51.000 trabajadores, lo que supone una gran ocasión para propiciar sinergias pero también para una posible destrucción de empleo, tal y como suele ocurrir en este tipo de operaciones y temen los sindicatos del sector. Además, las instituciones deberán estar también vigilantes sobre las consecuencias negativas que pueda tener sobre la competencia y su impacto en el consumidor, aunque la inercia -como avanza el BCE- es la del impulso de nuevas fusiones, en las que entidades como el BBVA y el Santander tienen un papel importante que jugar. El nivel de solvencia alcanzado tanto por CaixaBank como por Bankia y la positiva respuesta de los mercados al anuncio de la posible fusión son, en principio, una garantía a tener en cuenta, pero es necesaria una gran dosis de prudencia. Es obvio que este proceso se ha visto acelerado por la pandemia de covid-19, que ha golpeado también de manera significativa al sector bancario, aunque responde a una lógica de mayor recorrido cuya velocidad y alcance aún está por ver, condicionado también por la grave crisis provocada por el coronavirus.