Levantar la mirada de la actualidad política más cercana –aunque solo sea para acabar volviendo a ella– permite asistir a un fenómeno en Italia o Reino Unido del que merece la pena extraer aprendizajes. Una moción no respaldada por un partido miembro del Gobierno italiano, el Movimiento Cinco Estrellas, abrió días atrás una crisis política de calado en el país con la dimisión de su primer ministro, Mario Draghi.

El que fuera presidente del Banco Central Europeo ha estado encabezando un gabinete técnico y político soportado parlamentariamente por un amplísimo espectro de partidos de derecha e izquierda en un ciclo complicado económica, social y sanitariamente. La pretensión –aún por demostrar– de que se acerca el fin del ciclo de la emergencia hace saltar alianzas y rescata la retórica ideológica para marcar diferencias.

En la política del siglo XXI a este fenómeno se añade el de los populismos, cuyo dogmatismo a extrema izquierda y extrema derecha hace de la confrontación el eje de su acción. Frente a este riesgo, el pragmatismo de perfiles como el de Draghi tiene la concienciación de la opinión pública de su lado solo si esta es capaz de identificar las necesidades reales y diferenciarlas de los discursos lobistas, ideologizados y populistas.

En el Reino Unido, donde quizá el populismo ha alcanzado las mayores cotas en Europa durante la última década, la sucesión de Boris Johnson se disputa en términos similares. Los dos candidatos finalistas a la sucesión del liderazgo conservador se alinean en los límites de los principios ideológicos tradicionales. Entre la ortodoxia de la derecha liberal de reducir la fiscalidad y el pragmatismo de reconocer la necesidad de dotarse de recursos públicos; entre la urgencia del debate ambiental y el mantenimiento de un status quo económico contaminante. El debate no es menor ni se limita a estos países. Sus parámetros son reconocibles también en nuestro entorno más próximo.

En el caso de la política española, el pragmatismo está siendo sometido ante la opinión pública por la estrategia populista de los extremos y el dogma ideológico en políticas fiscales, energéticas o sociales. Pero lo más grave del fenómeno es que las respuestas a los problemas siguen en segundo plano del interés ciudadano, distraído con eslóganes maniqueos. Es la mejor forma de enquistarlos.