La política basada en lo que se dice y no en lo que se hace lo impregna todo. Ejemplos de este marketing de la palabra, que habitualmente no encuentra refrendo en los hechos, o no de manera fehaciente y directa, los hay en todos los ámbitos del orbe y en cualquier circunstancia del status quo internacional. La última muestra de esta estrategia llama la atención, tanto por sus términos, como por su génesis.

La candidatura de Donald Trump a recibir el Nobel de la Paz, defendida con vehemencia por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no ha descolocado tanto por su excentricidad, sino por la capacidad de ciertas elites de gobernantes de tercera generación para retorcer el significado de la realidad. Son conocidas la capacidad del ego del promotor inmobiliario residente en la Casa Blanca, su vanidad y su dialéctica imaginaria (en un alto porcentaje) para revestir sus intereses como acción de gobierno y sus formas de hacer y de trascender más allá del presente. Desde ese punto de partida, Trump ya se ha vanagloriado de ser merecedor de recibir el honor que entrega el Comité Noruego del Nobel en Oslo. Explica que sus mediaciones han logrado treguas entre Israel e Irán, India y Pakistán o entre República Democrática del Congo y Ruanda.

Obvia, por supuesto, otras realidades, como el apetito de EEUU por los minerales raros, verdadero origen del armisticio impuesto en el ecuador africano, o que las contiendas entre las cuatro potencias nucleares tenían clara tendencia a la reposición del equilibrio, y hacia su venta, cada Ejecutivo en su propio país, como victoria en clave interna, ya que la escalada en el conflicto no interesa a nadie. Pero más allá de los matices que pueden deslucir la candidatura del líder de la actual Administración norteamericana, lo verdaderamente transgresor en este caso deriva de la identidad de uno de los patrocinadores de la opción trumpiana al reconocimiento.

Netanyahu está detrás de la estrategia genocida llevada a cabo en Gaza, en un conflicto que ya ha dejado sobre la tierra decenas de miles de cadáveres que, en un alto porcentaje, no se corresponden con combatientes hostiles. Mientras, EEUU aprieta al mundo para que eleve el gasto en la industria armamentística norteamericana, que sigue exportando por valor de miles de millones y que copa casi el 40% de las ventas mundiales. No obstante, todo ello, desaparece en los discursos oficiales, centrados en publicitar las presuntas bondades de una candidatura a la mayor gloria de una personalidad altiva.