La UE no atraviesa su mejor momento y lo más grave es que la erosión reputacional está inflamando a las fuerzas ultraderechistas. Podía parecer que la segunda fase presidencial de Donald Trump, en la que ha ido al choque en asuntos como los aranceles, los presupuestos de defensa y la pasada semana la guerra de Ucrania, pondría en aprietos a las formaciones extremistas por sus vínculos con el presidente republicano. Pero está ocurriendo lo contrario.

La sumisión con la que los políticos europeos, en particular Mark Rutte y Ursula Von der Leyen, se han doblegado a los designios del mandatario estadounidense ha reforzado el mensajes con el que estas fuerzas denigran a la UE, a sus ojos una organización disolvente de las identidades y los intereses nacionales. Esta erosión está haciendo mella en la confianza de la ciudadanía hacia las instituciones comunitarias en un momento de ascenso incesante de fuerzas ultras y abiertamente reaccionarias. En cada elección, estas formaciones consolidan un espacio que antes parecía marginal, alimentadas por el miedo, la precariedad y el descontento social que la austeridad y las políticas neoliberales han incubado en los últimos años.

Además, el cordón sanitario que mantenían los conservadores tradicionales frente a la extrema derecha se está resquebrajando por la urgencia de sumar mayorías y la vana pretensión de frenar la sangría de votos, mientras edulcoran sus mensajes e ideas. El cálculo electoral está sustituyendo los principios democráticos por la aritmética del poder. En este contexto, la figura de Trump reaparece en la escena internacional imponiéndose en negociaciones clave con las autoridades comunitarias, debilitando a Bruselas y ofreciendo a los ultras europeos un modelo de liderazgo autoritario y antieuropeísta con el que se sienten plenamente identificados.

La extrema derecha europea se alinea con Trump en su discurso contra la integración, cuestionando el Estado de derecho, los derechos humanos y el pluralismo, pilares del proyectos comunitario. Asistimos a un proceso de normalización del autoritarismo. Si las fuerzas democráticas que han construido el espacio europeo no articulan una respuesta sólida, capaz de reconectar con la ciudadanía y ofrecer alternativas reales frente a la desigualdad y la inseguridad, la UE podría ver cómo sus pilares fundacionales –paz, cooperación y democracia– se diluyen ante la ofensiva reaccionaria.