La evolución del plan de paz elaborado por EEUU para Gaza vuelve a poner sobre la mesa el cambio de paradigma que, en los últimos años, se ha instalado en el panorama geoestratégico internacional. La última demostración práctica que confirma el nuevo statu quo deriva de la importancia que han adquirido actores emergentes en la gestión diplomática derivada de las disfunciones que genera Oriente Medio, y la decreciente presencia e influencia, por no decir, nula, que en ese tablero tiene la UE y sus integrantes. Y todo ello pese a las históricas relaciones que han tenido con los países de ese entorno las otrora potencias coloniales europeas y a la relación de vecindad mediterránea que el club comunitario tiene con los implicados en una contienda que ha destrozado esa parte de Palestina y ha acabado con la vida de más de 66.000 gazatíes en un episodio ya catalogado como genocida.

Bajo esa perspectiva, no es de extrañar que las reuniones entre representantes de Israel y Hamás para avanzar en vías de solución que pongan fin a la barbarie que sufre la población de la franja desde hace dos años tengan la tutela de países vecinos, como Egipto –perfectamente comprensible al compartir frontera con ambas realidades geopolíticas –Gaza e Israel–, o de otros que anhelan el papel de mediador –como Catar– como vía para ganar un peso en las relaciones y en la diplomacia internacionales que por su tamaño y capacidades no les correspondería.

Con el foco instalado sobre lo que acontece en las conversaciones, a la UE, huérfana de un posicionamiento claro, conocido y único, solo le queda ejercer un papel ni siquiera secundario. Quienes garantizarán el cumplimiento de un eventual programa para la pazEEUU y sus asociados– ya han elegido catalizadores.

Para llegar a ese punto de no retorno en el final del conflicto, el presidente norteamericano, Donald Trump, no ha dudado en pedir la mediación (sigilosa y lejos de los titulares) de Turquía, que es la verdadera potencia militar y política del entorno y que ha sabido tejer una red amplia con influencia directa en el mundo musulmánHamás incluida– y entre los países considerados enemigos de OccidenteRusia e Irán, entre otros–, ambientes ambos en los que el frenesí institucional europeo ni está ni se la espera de momento.