El día de hoy constituye no tanto una jornada reivindicativa como una de denuncia. La violencia machista se convierte en titular de prensa cuando alcanza el extremo de causar la muerte, pero existe una cadena soterrada previa de humillaciones, miedos y renuncias que acosa a decenas de miles de mujeres. En 2024, al menos 47 mujeres y 9 menores fueron asesinados en el Estado víctimas de crímenes machistas y actualmente hay en torno a 102.000 víctimas que precisan de protección policial.​ Pero, como decíamos antes, los asesinatos son la última estación de un trayecto que empieza mucho antes y que encuentra terreno para desarrollarse en la vida laboral, en el marco familiar y social.

Un estado de latente limitación que se materializa en la brecha salarial, en los techos profesionales por la condición de mujer o en fórmulas tan interiorizadas y coloquiales que pasan desapercibidas pero se traducen en crear situaciones de demérito profesional y personal. Ahí están las dificultades que hallan no pocas mujeres para expresar su criterio en el ámbito profesional, con interrupciones de sus exposiciones, y en el social, con desinterés por su aportación o la asignación sistemática de determinadas tareas y roles. Todo ello contribuye a crear el marco de una minoración e incluso sometimiento que rara vez se califica como violencia. ​Miles de mujeres se encuentran a diario sometidas a diferentes niveles de riesgo creciente que se han sucedido en muchos casos progresivamente.

El sometimiento en las relaciones se practica desde el control de las comunicaciones, la exigencia de cumplimiento de determinadas pautas de comportamiento, alienación por chantaje emocional, renuncias a la independencia y el desarrollo profesional y ruptura de los círculos de amistades cortadas para eludir la irritación del que acabará siendo un agresor.​ Circunstancias todas ellas previas al primer bofetón, que puede incluso no materializarse si se obtiene el control por estas otras violencias: el control del dinero, la descalificación permanente, el desprecio en público disfrazado de broma... Una violencia soterrada que diseña una “normalidad” frente a la que no basta la reacción del poder público a la agresión física sino que precisa desactivar en el marco social la complicidad y desinterés que le abren camino.