¿Se puede acusar en falso y no pasa nada? A veces, en las largas noches de insomnio, sobre todo si hay tormenta y el viento sopla con fuerza y hace temblar las tejas, me lo pregunto con los ojos abiertos en la oscuridad. ¿Se puede denunciar en falso a sabiendas de que se está denunciando y no pasa nada? Estaría bien que algún filósofo de la justicia, en posesión de sus facultades mentales, respondiera sin rodeos a esta pregunta sencilla. Porque esto de acusar en falso está de moda, al parecer.

Para los buenos jueces, los jueces de verdad, tiene que ser un fastidio, me imagino, tener que ejercer en tiempos de calumnias. Salvo que admitamos, claro, que la calumnia es lo normal. En ese caso, me callo, claro. Pero el teatrillo social es cada vez más exigente. Más duro.

Sin duda, el auge de la ansiedad en nuestras sociedades se debe al hecho de que cada vez hay que esforzarse más para intentar parecer correcto. Hay que ver cómo florecen las fobias y cómo se retuercen las parafilias en este nuevo imperio global del disimulo. Tan exigente con los cánones de la corrección.

Por eso hay cada vez más gente sola. El cultivo y abuso terapéutico de los animales de compañía es consecuencia de lo mismo. Y no digo que la verdad esté dejando de ser importante, porque eso no ocurrirá nunca, creo. Lo que digo es que la falsedad aumenta. Sobre todo en lo político. Y en la justicia, que también es política. Aunque aún haya quien crea que no.

O al menos lo pregone con mucha solemnidad en ciertos foros. De todas formas, qué difícil es creerse ya algo. No sé qué ha pasado, pero ya no nos creemos nada. Ni los que dicen creer, creen ya. Estás viendo cualquier cosa que te presentan y lo primero que te preguntas es si será falsa o no. ¿Por qué? Pues porque sabes que podría serlo perfectamente. Y que tú serías un imbécil por habértelo creído, Lutxo, le digo. Y me suelta: Esperemos que sea para bien.