He desistido de intentar averiguar el indemostrable dilema de porqué los semáforos en Pamplona funcionan de la forma que funcionan.
Y no es algo que venga de mi propia mente como un individuo aislado en la sociedad. Es algo que he contrastado con todo aquel que, no siendo de Pamplona, ha llegado por distinta vía a la misma conclusión. Y esta es: que no sabemos porqué los semáforos de Pamplona funcionan así.
Este problema plantea dos vertientes. El primero de ellos es la extrema longevidad del tiempo en cada semáforo. Especial mención al semáforo que te lleva de la Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra al famoso parque japonés de Yamaguchi. Como no llegues antes de que se ponga en rojo tu vida puede suceder como un film de Steven Spielberg mientras esperas cómo el cronómetro llega a su fin. Pausado, calmado y con la incesante espera de que algún día se pondrá verde.
La segunda vertiente se manifiesta violando el principio de no contradicción: el semáforo está verde para los coches, rojo para los peatones, y ni el coche ni el peatón pueden pasar. Es algo que no alcanzo a entender y que, como he dicho, es objeto de investigación entre miembros foráneos a esta comunidad autónoma.
Desde mi condición de ciudadano no puedo hacer nada más que verle la parte positiva a este asunto: que siempre es bueno pensar, y qué mejor que hacerlo esperando en un semáforo de Pamplona.