La reacción ante la pandemia muestra una amplia gama de respuestas que dará tema de estudio a los científicos de lo social. Supone una amenaza enorme a muchos niveles, el sanitario y el económico son los más patentes, además de la pérdida de seres queridos, la ruptura de proyectos y recursos materiales, la experiencia generalizada de fragilidad, vulnerabilidad e incertidumbre, etc.

Cuando no se tiene control ante las amenazas importantes, las personas se sienten indefensas, y la actitud primera es buscar protección. Al vivir en un país desarrollado podemos reclamar que el estado nos proteja, pero en otros lugares solo pueden contar con los allegados o la comunidad más inmediata.

En el mundo occidental, el estado ha cogido las riendas, y cada gobierno según su comprensión de la amenaza intenta establecer normas de protección y organizar la sociedad para encarar la pandemia. No era posible estar preparados para esta amenaza rápida y generalizada, con los suficientes medios sanitarios almacenados, y tampoco los estados podían estar preparados cognitivamente. El contacto con el virus nos ha hecho tomar a todos una conciencia que no podíamos tener antes; el aprendizaje y el significado real solo puede ser experiencial, lo otro es saber teórico y no permite calibrar bien los fenómenos novedosos. Es lo que tiene ser humano.

Tras unas semanas con el virus vemos que hubo respuestas y consideraciones no ajustadas. Todos los países han modificado sus primeras estrategias y seguirán haciéndolo. Fueron asesorados por los mejores científicos, aunque sabían más que el resto de la población, su saber era limitado. Tampoco nadie tenía la experiencia de organizar una respuesta social a esta situación, y tampoco la población captamos el significado preciso de esta amenaza invisible. Lo asombroso hubiera sido que se hubiera entendido la amenaza de forma precisa y que se organizara la respuesta sin errores y cambios de dirección y consignas.

Hay muchas actitudes a resaltar de nuestra conducta social, me referiré a algunas de las más relevantes, soslayando otras: las conductas ante la amenaza percibida, la respuesta comunitaria, la posición ante el estado protector, y las centradas en la esperanza, que se solapan entre sí.

Las conductas basadas en el temor resultan frecuentes, pueden parecer irracionales, pero hablan de cómo las personas calibran la amenaza. Las hay que anticipan catástrofes de cierto tipo, y acumulan víveres; otras expanden rumores que anticipan escenarios terribles; hay discursos que culpabilizan al estilo de vida occidental; se expanden remedios extravagantes por las redes, etc. En realidad, nada muy diferente a una actualización de las repuestas que la humanidad ha dado ante desgracias parecidas. Todas ellas comprensibles, algunas han tenido espacio en los medios de comunicación, que han acogido a muchas voces, algunas confundían la situación con su propia alarma.

La pandemia, con tanto sufrimiento provocado y un riesgo real de contagio, nos ha desvelado un fenómeno nuevo, para muchos muy esperanzador. Se trata de la generosidad de instituciones, autoridades, personal de todo tipo, en ámbitos sociales, sanitarios y comunitarios, etc., puesta a disposición de la comunidad para encarar la pandemia de la mejor manera posible. Y hemos visto que otra parte de la comunidad, beneficiaria de esa generosidad, ha sido capaz de reconocer ese esfuerzo, que supera jornadas laborales y salarios. Se ha manifestado con mayor intensidad que nunca la expresión de una comunidad solidaria. Y ha funcionado, incluso con falta de medios para combatir al virus sin riesgo, por la motivación de cuidar al otro. Esto que llegó junto al coronavirus es algo excelente y motivo de orgullo.

Este puede ser un sentido de patria positivo, alejado del patrioterismo tantas veces asfixiante, centrado en la solidaridad con el otro que no conocemos. También ha ocurrido en otros países. Esta motivación orientada a la comunidad es necesario preservarla, también para recuperarnos de las heridas que nos dejará la pandemia. Y hay que resaltar, y no olvidar, que las diferentes instancias y los gobernantes han estado ahí, también sin horarios, organizando los recursos sociales para hacer frente a la pandemia. Y lo han hecho y lo están haciendo, sin medios y con dificultad para conseguirlos, como en otros países. Se debe valorar que han escuchado a los expertos, han sido reflexivos y flexibles, decidieron que las personas son lo primero, y han utilizado todos los recursos humanos, económicos y materiales a su alcance. No podemos pedirles que no se equivoquen, pero sí que nos tomen en serio y que no escatimen esfuerzos, y lo han hecho y lo están haciendo.

Pero también hemos visto otro lado no tan luminoso. Es doloroso y difícil de asumir que el estado protector no tenga todos los medios para protegernos, que no haya suficientes test, mascarillas, respiradores, batas, etc. Pero hay que entender que no los tuvo, y quizás aún no los tiene, pero no era por falta de dinero o gestiones. En esa limitación los ciudadanos pueden sentirse indefensos. Este es el caldo de cultivo de algo tan humano como culpar al otro. Y han surgido toda clase de expertos. No sabíamos que teníamos tantos epidemiólogos, gestores sociales, y jefes de estado vocacionales, competentes y preparados, pero estaban ahí agazapados, esperando una ocasión como esta.

Entre ellos destacan por su energía el sector que pertenece a la España que grita, que nos ameniza desde hace unos años, y agrupa a cierta raza de políticos, periodistas y tertulianos que al amparo del derecho a opinar aportan sus habilidades para especiar la situación terrible. Unos reclamaron no atender a los extranjeros, otros la dimisión del presidente, otros extienden la idea de que el gobierno actual es golpista y comunista, y otros atribuyen los muertos del coronavirus al presidente del gobierno. Parecen querer aprovechar el shock de la pandemia para crear un estado de agitación. Aunque a tal fin la comprensión de la situación social y la crítica argumentada no sirven, quizás sí esparcir un arsenal de bulos e insultos. Es difícil ver en ese griterío las semillas de una sociedad mejor. Podemos intuir su aportación a la recuperación social tras la pandemia. Y sí, esto es lo peor de la pandemia, seguramente una exacerbación de lo que ya teníamos antes.

En una situación como esta se necesita tener esperanza, incluso sin que sea muy real. Junto a los remedíos silvestres, surgen los asociados a la ciencia salvadora. Se ha hablado de numerosos fármacos que pueden funcionar y casi cada día hay una nueva vacuna a punto. El presidente del gobierno nos dijo que el final feliz llegará con una vacuna. Pero nos contamos una ilusión porque obtener una vacuna eficaz es cuestión de método, pero también un proceso azaroso. Nos cuesta comprender que somos seres humanos finitos, que un virus y otras amenazas de la naturaleza, y pueden ser cosas sobre las que no tenemos control e igual no podemos con todo. Conviene aceptar nuestra finitud con humildad.

Así pues, el coronavirus nos golpea fuerte y tendremos mucho trabajo para recuperarnos. La vacuna y el fármaco salvador hoy son ilusiones. En cambio contamos con una capacidad real de crear comunidad y esfuerzo compartido, ya demostrada, y junto a una política social de no dejar a nadie atrás, tenemos ahí nuestro mejor potencial de superación. Pero seguirá estando presente el sector que entiende que su mejor aportación a la situación es la crítica despojada de razonamientos y trufada de insultos y bulos, es la politiquería del zasca de la España que grita, que no solo se manifiesta entre la derechita cobarde y la valiente.