Llevo varios días, por no decir semanas, intentando encontrar un momento tranquila, sola y relajada, para poder plasmar en papel lo que llevo días sintiendo y pensando. Aunque sola es complicado, parece que he encontrado un momento tranquila para poder hacerlo.

Estamos en el día 57 de confinamiento. Ya hemos empezado la famosa desescalada y muchos hablan de que se va viendo la luz, que estamos a punto de entrar en la fase 1... y yo tengo miedo.

Empecemos por el principio... soy enfermera, 32 años, madre de dos niños, uno de casi 2 y otra de 5. Actualmente con reducción de jornada para poder complementarme mejor con mi marido, quien también trabaja a turnos, en una fábrica en la que ahora sabemos que también es esencial en tiempos de alarma.

Me remonto al martes 10 de marzo, cuando recibí una llamada de mi centro de trabajo. Había estado trabajando con una compañera un turno entero, quién días después resultó ser positiva para coronavirus. Aquel día, llegaron a nuestra casa los miedos, las incertidumbres, los nervios€

En ese momento, es España no había más que unos "pocos" cientos de casos, no nos imaginábamos lo que estábamos a punto de comenzar a vivir. En esa llamada, me dijeron que al haber estado en contacto con ella, debía hacer cuarentena en mi casa, por puro protocolo y prevención. El contacto fue el día 1 de marzo, por lo que el día 10 ya sólo me quedaban 4 días para cumplir con las dos semanas de aislamiento preventivo. No había presentado ningún tipo de síntoma, ni yo ni mi familia, por lo que estaba "salvada" de haber contraído la infección.

Aún así, cumplí con el aislamiento los días restantes como me habían indicado. Entonces todavía se podía cumplir el aislamiento preventivo por contacto directo con "un positivo".

El sábado 14 de marzo lo recordaremos todos, yo además por ser el cumple de mi padre, que no pudimos celebrar. Ese día, mi marido trabajó por la tarde. Se esperaba que saliera el presidente decretando el estado de alarma en España. No sabíamos muy bien a qué se refería el estado, ni qué condiciones, ni cómo iba a cambiar nuestras vidas.

Mis hijos y yo nos dedicamos a crear la primera pancarta de muchas, en la que ponía "todo saldrá bien" acompañado del arcoiris que ha decorado miles de ventanas en España. Mientras colgamos la pancarta en el balcón de mi casa, un grupo de jóvenes en la terraza del bar de abajo nos miraban con cara extrañada, leían la frase... pero seguían brindando con sus copas como si la cosa no fuera con ellos.

Finalmente, el "estado de alarma" se decretó, comenzaron los aplausos, y comenzaron a caer lágrimas por mi rostro. La incertidumbre es muy mala, el miedo a contagiarse y contagiar a los tuyos, aún mayor. El colegio se suspende, la guardería también, y yo tengo miedo. ¿Cómo vamos a ser capaces de estar metidos en casa con los niños? ¿Cómo vamos a ser capaces de estar sin salir a socializar con los demás? ¿Cómo me voy a encontrar la planta donde trabajo el próximo día que vaya? Y así, una pregunta tras otra, casi todas sin respuesta, ya que en este estado nos hemos ido amoldando y acostumbrando sobre la marcha, sin periodo de adaptación, como un chorro de agua fría.

Empezaron a llegar las noticias de compañeras de planta que habían "caído" en batalla, habían contraído el virus. Mi planta es una planta limpia de Covid-19, ya que al ser la planta de cardiología, siempre hace falta tener camas libres para posibles infartos, edemas agudos de pulmón... casos urgentes donde es necesario tener camas libres. Pero, sin darnos cuenta, el bicho ya había entrado.

Antes de comenzar el estado de alarma, venían pacientes a realizarse pruebas o someterse a tratamientos, sin saber si tenían el virus o no, procedentes de otras provincias donde ya había comenzado el caos, y así, sin más, nosotras nos lo estábamos comiendo. Así, como quién habla de un juego de dominó, comenzaron las bajas.

Nos cogieron a toda la plantilla la famosa PCR, y para nuestra sorpresa, se nos fue, literalmente, la mitad de la plantilla, entre enfermeras y auxiliares. No cabíamos en nuestro asombro, el bicho había hecho de las suyas, y ahora no sabíamos cómo íbamos a poder seguir adelante.

La planta se llenó de cubos amarillos, carros con todo lo necesario para ponerte un EPI en caso necesario... en una planta "limpia" de Covid-19. Para poder cubrir las 24 horas del día, en lugar de tener tres turnos como hacemos habitualmente, tuvimos que pasar a hacer turnos de 12 horas, así sólo había dos turnos que cubrir. Turnos de 12 horas en los que apenas teníamos 15 o 30 minutos para sentarnos a comer "tranquilamente". El miedo y las dudas de si el bicho estaría entre nosotras, siempre presente.

Tuve que aumentar la jornada para poder cubrir las necesidad de la planta. No podíamos contar la ayuda física de los abuelos paternos, por tener en casa a personas en edad de riesgo, aunque sí contamos con la ayuda gastronómica, ya que cada visita a su ventana se compensaba con una bolsa llena de "tuppers" con comida rica; por lo que fue necesario que mi madre se desplazara desde su lugar de residencia, a 300 km, para poder estar con nosotros y echarnos una mano con los niños. Ella fue sin duda nuestra pequeña salvación durante el mes de abril.

Ella, que ya pasó la infección a principios de marzo, ya estaba "inmune" al virus, y por eso pudimos contar con su ayuda, aún así seguía arrastrando efectos secundarios que este maldito virus deja en el cuerpo de las personas a las que infecta, como podía ser cansancio generalizado, tos intensa y frecuente, dolor de tipo torácico relacionado con espasmos esofágicos, alteración del ritmo del sueño, alteraciones gastrointestinales... aún así, ella, fuerte y valiente como siempre ha demostrado ser, aquí estuvo al pie del cañón para que tanto mi marido como yo pudiéramos seguir con nuestros trabajos esenciales en estado de alarma.

Poco a poco fueron pasando los días, las semanas, los datos mejoraron, las camas se iban vaciando de pacientes Covid, las UCIs se iban también vaciando y mejorando€ pero nuestra planta continuaba llena de "la otra ola", la de los pacientes que no pueden esperar en su casa a que esto pase, la de los pacientes que están malitos de verdad.

Al llegar a casa después de estos turnos, la vida seguía. Mis hijos, mi marido y mi madre me esperaban entre aplausos y abrazos. Siempre con el miedo de llevar el bicho a casa, y tomando todas las precauciones necesarias para intentar evitar que entrara en nuestro hogar. Había que seguir pensando en cenas, baños, biberones, compra, lavadora, recoge, limpia, juega, tareas... La Vida. Cómo es posible que La Vida cambie tanto en tan poco tiempo.

La capacidad de los niños de adaptarse a los cambios es asombrosa. Nos han dado, sin duda alguna, una lección de vida que espero no olvidemos nunca, nosotros no lo haremos, pero estoy segura que hay mucha gente que ya lo está olvidando.

Cuando los niños se duermen, después de salir a aplaudir al balcón a las 20, cenar y bañarse... nuestros cuerpos caen en un profundo cansancio y relajación. Al principio, me costaba muchísimo desconectar del trabajo, siempre se me ha dado muy bien olvidar la vida de fuera del hospital al ponerme el uniforme, y dejar la vida del hospital dentro del mismo al quitármelo, pero en esta época es especialmente complicado hacerlo, descansar bien y desconectar.

Por suerte, parece que todo va pasando, que los datos van mejorando.... "datos", qué curiosa palabra para referirse a personas, personas que han fallecido y personas que se han infectado, de las cuales no podemos ni siquiera hacernos una idea de los daños colaterales que van a presentar. Estos efectos secundarios van a suponer un plus añadido a la sanidad.

Ahora que comenzamos la desescalada, casi tengo más miedo que al principio de la pandemia. Hasta ahora, la gente ha cumplido rigurosamente con el estado de alarma y el confinamiento, siempre hay gente que no cumple las normas, pero en general creo que todos lo hemos bastante bien.

Al comenzar con la fase 0, empezamos a ver la luz. Los niños podían salir a pasear, aunque casi no lo pedían, y los adultos hemos podido retomar los paseos y el deporte. Hacía muchísimo que no disfrutaba tanto de la "libertad" y del correr, sola, por los caminos que afortunadamente tengo en mi municipio. Han sido días bonitos, soleados, y con una ilusión terrible porque parece que todo va pasando, y que podremos pasar un verano más o menos tranquilo.

Pero esa ilusión y alegría se me ha ido pasando con los días... llevo varios días observando la vida desde mi balcón, en mis paseos con mis hijos, en los ratos que me escapo a correr o a pasear al perro. Al principio pensaba que era la minoría, pero a día de hoy, me doy cuenta que es la mayoría. Me refiero a la gente que no cumple las normas.

Me da mucha tristeza ver cómo mis hijos se separan para dejar pasar a la gente y así cumplir con la norma de distanciamiento, y la gente no da ni las gracias, ni siquiera se apartan.

Me da mucha tristeza ver a niños de diferentes familias jugar juntos.

Me da mucha tristeza ver a la gente parada hablando en la calle sin cumplir con la distancia.

Me da mucha tristeza ver a grupos de adolescentes quedar para dar un paseo juntos, o andar en bici.

Me da mucha tristeza ver a la gente pasear con la mascarilla en la mano.

Me da mucha tristeza ver la relajación general que hay, y pensar en la cantidad de personas que siguen falleciendo cada día, de compañeras y compañeros que continúan dejándose la piel día a día para cuidar de estos pacientes.

Me da mucha tristeza la rapidez con que la gente se olvida todo lo que hemos pasado, el esfuerzo que nos ha supuesto, el sufrimiento que ha conllevado... y no nos damos cuenta de la fragilidad de la situación, de lo fina que es la línea que se puede romper y volver al principio, a la línea de salida.

Confío en el sistema, pero estoy perdiendo la confianza en las personas. Nadie se acuerda ya de aquel pico de 950 fallecidos el 2 de abril...al que podríamos volver si no hacemos las cosas bien. Entiendo el problema de la situación, la crisis que nos va a suponer todo esto, como siempre me dice mi madre, "lo más duro de la guerra, es la posguerra", y tiene toda la razón.

Entiendo que hay que activar la economía, promover el turismo, el consumo en terrazas, restaurantes, cultura... lo entiendo; pero no entiendo que las personas no cumplan con las normas de distanciamiento, algo tan básico para que todo esto vaya bien, que en lo más profundo de mi corazón siento una gran tristeza, porque no sé si estoy física y sobretodo psicológicamente preparada para volver a la línea de salida. Ni yo, ni mi familia.

Me dejo en el tintero muchísimos pensamientos, ideas, reflexiones... pero si cada vez que algo se me ocurre, lo añado a este documento, no terminaría nunca.

Sólo me queda dar las gracias a todos aquellos que habéis cumplido con las normas y lo seguís haciendo ,a todos aquellos que seguís saliendo a aplaudir a las 20h, a mis vecinos que me han dejado notas bonitas y flores, a todo el personal sanitario y no sanitario que ha estado al pie del cañón... a mis compañeras, a las que cayeron infectadas y continúan luchando, y a las que no, por seguir dándolo todo en esta segunda ola que se nos viene encima.

A los que no cumplen las normas... no merecen mis palabras.

A mi familia, a mi marido y a mis hijos, GRACIAS.