La información de que los Mossos d’Esquadra detuvieron hace tres semanas a un hombre en Terrassa que tenía la intención real de asesinar al presidenta Sánchez no es sino otro signo de alarma ante la política de la exageración que azuza la pugna entre las derechas españolas. Experto tirador, tenía en su casa un arsenal de 16 armas de fuego, con rifles de precisión y un subfusil de asalto. De ideología ultraderechista, planeaba el atentado como venganza por la decisión del Gobierno de Sánchez de exhumar del Valle de los Caídos los restos del genocida Franco. Tras trasladarse el caso a la Audiencia Nacional, este tribunal curiosamente descartó acusarle de un delito de terrorismo y pienso en la actuación de esta misma AN con los jóvenes de Alsasua por una pelea de bar que ni siquiera se probó en el juicio. Ahora se encuentra en prisión acusado de los delitos de conspiración para atentar contra autoridad con uso de arma, amenazas graves, tenencia ilícita de armas y un delito de odio. La agitación de la extrema derecha por intereses políticos tiene consecuencias. Basta recordar los insultos y amenazas de que fue objeto la presidenta Barkos por un grupo de militares jubilados en correos electrónicos. La derecha ha recurrido, y Navarra es un buen ejemplo, al lenguaje más estridente y extremista en su pugna por asaltar el poder, ha blanqueado a la extrema derecha para tensionar situaciones políticas que le resultan incómodas y se ha aprovechado de esa escalada verbal permanente para introducir informaciones falsas, señalar a los políticos adversarios como enemigos y fomentar la confrontación social y territorial como cortina de humo para esconder la corrupción. Pero todo eso no resulta gratis. La ultraderecha se siente respaldada y justificada por importantes poderes políticos, financieros y mediáticos en el Estado y como ha hecho siempre recorrerá el camino de la violencia verbal a la violencia real. La condescendencia con el autoritarismo antidemocrático es un riesgo muy peligroso. Se disfrace como se disfrace, su única acción política es fomentar el odio. Ese es el verdadero adn del fascismo de siempre.