¿Se han preguntado alguna vez quién pone el nombre a los medicamentos? Por internet corren diferentes versiones, todas ellas tan farragosas como la larga redacción de esos prospectos kilométricos de letra microscópica, pero que explican el cómo y el porqué de esas denominaciones. Hay poco de casual en esas marcas de tan difícil comprensión como Propalgina, Sinvastatina, Salbutamol?; palabras difíciles de masticar, muchas veces de pronunciar y casi siempre de recordar. Nada que ver con la aspirina o el optalidón. ¿Y qué me dicen de los jarabes?, de esos compuestos que llenan cajones enteros en las casas, que se conservan de un invierno a otro y que parecen claves para acceder a una cuenta de internet: Flutox, Inistón, Mucosan? ¡Con lo breve y eficaz que es el Dalsy! Suelto toda esta perorata por motivos obvios: la gripe y los resfriados han hecho estos meses más habitual la visita a la farmacia que al supermercado; y porque en ese fragor de recetas me he encontrado con un jarabe que desconocía y con efectos sanadores desde la etiqueta: Pazbronquial se denomina. No sé quien es el autor del nombre ni si responde a unos componentes curativos emocionales, pero ese enunciado que suena a petición de tregua entre descargas de tos ya alivia el sabor de un líquido que sabe a mil demonios. Paz y amor.