la campaña, y como guinda los dos debates televisados, nos ha dejado estampas inéditas en la historia de las pugnas electorales españoles. Una izquierda contenida, pragmática, con proyecto de Estado, sensata y alejada de quimeras políticas. Frente a ella, la derecha, reconvertida en un trípode del conservadurismo más rancio, ha mostrado una actitud cada vez más cainita. Sobre todo entre PP y Ciudadanos, las dos formaciones que más tienen que perder ante la irrupción de la ultraderecha, contra la que compiten en ocurrencias y sinsentidos. El rearme ideológico de un PP pretendidamente renovado se ha quedo en un viraje más a la derecha para evitar que Ciudadanos -y sobre todo Vox- muerdan sus mermadas esperanzas en las urnas. El robo de candidatos y las deserciones en busca de escaños y cargos es una muestra más de la descarnada lucha por la supremacía conservadora. De propuestas poco o nada. Tal comportamiento fagocitador está dejando libres amplios espacios centristas que el PSOE se encarga de apoderarse sin demasiado desgaste camino de un amplio triunfo impensable hace meses. La inacción política que tan buenos resultados le daba a Rajoy. Mientras, la “derechita cobarde” se ha envalentonado para desgarrarse entre sí como antaño hacía la izquierda, que ahora reparte cordura para seguir instalada en el cielo de La Moncloa.