pase lo que pase el domingo, y al margen de la presidencia foral que pueda articularse, jamás debe olvidarse que los servicios sociales constituyen el fundamento del autogobierno, el símbolo de la pujanza de Navarra y de su impronta solidaria. En este contexto, la sanidad pública resulta la bandera de nuestro estado de bienestar, un motivo de orgullo colectivo y de admiración exterior. Tal predicamento obedece antes que nada a la competencia profesional y a la sensibilidad de la plantilla, las premisas para luego optimizar la inversión sanitaria, una prioridad más allá de siglas. Esas virtudes que encarnan como nadie los trabajadores de la Atención Primaria en general y los destinados en entornos envejecidos muy en particular. Damos fe quienes tenemos a cargo octogenarios en circunstancias vitales complejas por la lesividad de sus enfermedades y dolencias. Pacientes necesitados de atención terapéutica constante siquiera paliativa pero también de consultores en el orden psicológico que les levanten periódicamente el ánimo fijándoles retos alcanzables y les expliquen el áspero horizonte que les aguarda con una mezcla compasiva de franqueza y ductilidad. Una labor impagable que también reconforta lo suyo a los familiares, estimulados para sobreponerse a ese sufrimiento inferido por tanto cariño vertido por el personal médico, de Enfermería y asistencial. Sirvan estas líneas como un humilde homenaje a esas gentes de bien, a menudo sanadoras y siempre cuidadoras. Pablo y Yolanda entre ellas como pilares del ecosistema ciudadano del barrio pamplonés de San Juan.