Por extraño que pueda parecer, la mayoría de los altos cargos del Gobierno de Navarra -y de cualquier otro- se nombran a toda pastilla. Así como en la empresa privada es más habitual sondear el mercado, estudiar currículos y concertar entrevistas personales con los candidatos a un puesto, en la configuración de la estructura de un Ejecutivo priman la confianza en el elegido y las prisas por designarlo. Lo normal es que el consejero de turno se encuentre con que tiene que configurar su equipo directivo casi de la noche a la mañana y no le queda otra que hacerlo con la máxima diligencia posible. No parece que sea la fórmula más fiable, por aquello de que las prisas no son buenas consejeras, pero tampoco puede decirse que estos nombramientos exprés estadísticamente ofrezcan malos resultados. Simplemente, no se entiende la urgencia -casi el desasosiego- por completar en tan corto espacio de tiempo el organigrama de un Gobierno diseñado para cuatro años. No pasa nada si se tarda un poco más en definir esta estructura. Más importante es que se cuente con profesionales solventes que contribuyan a que la toma de decisiones se guíe por criterios eficientes en beneficio del interés general.