Es miércoles ya y han pasado tres días desde que Jesús Loza nos alertara en pleno verano de que a medio plazo puede haber un “rebrote” de ETA. He esperado una aclaración del propio Loza sobre esas palabras - su última mala explicación tardía y simplista ha sido que fue un “aviso a navegantes”-, o una desautorización de su partido el PSE-PSOE. No ha habido ni lo uno ni lo otro. Loza no es un afiliado socialista cualquiera, es el delegado del Gobierno de Sánchez en la CAV. Y tampoco el ministro Marlaska, responsable en funciones de Interior, se ha dado por aludido. Así que todo indica que Loza se vino arriba en pleno periodo festivo y lanzó la piedra sin tener ninguna información relevante y seria que la avale. Es una enorme irresponsabilidad política echar a la opinión pública la idea de una posible vuelta de ETA a la violencia. No hay ningún síntoma político, al menos de peso real, en el entorno de la izquierda abertzale que indique un debate reabierto en ese sentido. Más bien, al contrario. Tampoco hay informaciones del ámbito de la seguridad que apunten a ese hipotético rebrote. Desconozco el por qué de la declaración, que pese a la supuesta relevancia de la misma, se ha quedado en eso, una declaración política más de las que rellenan los medios en un mes como agosto. Quizá necesita algo de protagonismo mediático, quizá pretende señalar a la izquierda abertzale como el adversario, quizá pretende desviar la atención de la ineficacia de Sánchez para sacar adelante su investidura o de la inacción de su Gobierno ante la crisis humana del Open Arms, o simplemente quizá no tenía nada que decir y le dio por ahí. No lo sé, pero que un personaje político de la posición de Loza desbarre en un tema de tanta importancia social y humana parece un argumento suficiente para relevarle de sus responsabilidades. A veces el comodín de ETA se convierte en un paraguas para cobijar todo tipo de desaciertos y despropósitos políticos. Este parece ser otro caso más.