por si no habían caído en la cuenta, es un cuento lo de los cien días de tregua en política. Singularmente en Navarra, donde la derecha unificada deslegitima el nuevo tripartito gubernamental, tanto su propia génesis como su estructura misma. En el marco de un Ejecutivo de salida vulnerable debido a su minoría, los consejeros constituyen el elemento más frágil por su exposición pública pero también como piezas políticas a batir. De hecho, su pasado es ya objeto de escrutinio mediático por si hubiera maldades que airear y sus rutinas se escudriñan con el ojo crítico de todos sus interlocutores y con los móviles del paisanaje que se los cruza en la calle. Harán bien los consejeros en saberse en el punto de mira, exigiendo a sus colaboradores que les cubran debidamente las espaldas, y en interiorizar las decepciones que les aguardan, por la imposibilidad de resolver todos los problemas de fuste y ante algunas traiciones que les helarán la sangre. Y harán todavía mejor en mantener a raya el ego, pues el poder y la popularidad actúan a modo de lupa de aumento, exacerbando más los defectos que las virtudes. Se trata de ponerse en lo peor porque la política institucional sólo la resiste la gente de acero inoxidable. Los mejores deseos para los trece más allá de siglas, su suerte será la de toda la ciudadanía navarra.