50 años. 50, ya, desde que la autoridad competente, por supuesto militar, dio con mis huesos en el Prau y ahí te las compongas. Confinamiento, que le decían a aquello cuando la dictadura. Luego resultó que el rigor fascista se convirtió para mí en amistad, en respeto y en acogimiento. 50 años de sangüesismo militante, que esta vez quise compartir con tres amigos donostiarras que jamás habían conocido un 11 de septiembre en Sangüesa. Nada más llegar, y en un primer encuentro, resulta que ya se sabía que vendría acompañado. La habilidad informativa de Ele. 50 años ya, fíjate, y qué rápida pasa la vida, iba a decir yo, cuando casi me avergüenzo en el abrazo a Nicolás, con 94, soberano en su bajera de filigrana, jamón y calidez libertaria. No pasa tan rápida la vida, qué va, cuando el patriarca Navallas dedica con manos milagrosas su tiempo para obsequiarme con la miniatura de una herrada conmemorativa de mi modesta efemérides. Gracias, Nicolás, y sigue tomándote tu tiempo para decidir si tendrás o no que creer en Dios. Mis paisanos no olvidarán fácil la cordialidad con que se les trató y mientras regresábamos con la paz de ser conducidos por el abstemio, decidieron repetir para siempre jamás amén, aún estremecidos por el eco de la Salve de los Rosarieros. Compañeros y compañeras de la mesa redonda del Yamaguchi, gemelas, Chon, cientos de manos estrechadas y abrazos repartidos por esas calles, pido permiso para que después de 50 años permitáis que os pueda seguir queriendo.