los proclamados constitucionalistas vuelven a la carga por Navidad, igual que El Almendro y El Gaitero. Y no tanto para autorreafirmarse ante la parroquia cada fin de año como para atizar con la Carta Magna a quienes osan discutirles. Como si el articulado constitucional fuera su patrimonio privativo y además un texto militante que no tolerase la discrepancia cuando justo se concibió para integrarla, con dudoso éxito a lo que se ve. Así, retornan las apelaciones a la ilegalización de los partidos soberanistas por referentes del PP y Ciudadanos que se ponen dignos cuando ambas siglas se pasan la Constitución por el forro a su conveniencia. Unos ignorando algunos de los derechos que consagra, a la vivienda digna por ejemplo o a otras prestaciones públicas en abierta colisión con amnistías fiscales, y otros preconizando la abolición de las especificidades forales, verbigracia Navarra. Además de que pastelean a gusto con la extrema derecha, que se cisca en conquistas sociales amparadas precisamente por la democracia, para alcanzar poder allí donde se les pone a tiro. Estos salvapatrias son los mismos que demonizan un acuerdo del PSOE con ERC para que el país tenga al fin quien lo gobierne mientras ellos prefieren unas terceras elecciones a la caza de un puñado más de votos. Cinismo se llama.